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que, en adelante, pretend ieran impedir sus fundaciones. Siguen éstas al ritmo que hemos podido ver, y, cuando arrecian de nuevo los impedimentos entre falsedades como la de quienes alegaban que no existía la tal cédula, la hace registrar en bailía de Valencia el 13 de mayo de 1602. Si no se conociera el espíritu, el talento y el estilo del Santo A rzobispo Ribera a través de las numerosas obras que de él se han escrito, bastaba este hecho que acabamos de referir, este inmenso «regate» que le hace al rey y, más aún, a todos sus oponentes, para darse cuen ta de ello. El empu je, palpablemente arrollador del Arzobispo no fue motivado únicamente po r una devoción ferv ien te al Santo hábito; tenía además unas connotaciones testimon iales y apostólicas que merecerían, po r sí m ismas, un tratado aparte. La idea de estab lecer a los Capuch inos en estos reinos iba mucho más allá de lo que los reyes y eclesiásticos, en sus cortas m iras, creían. 4 3

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