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recib idos y que así se le haría favor grande por lo mucho que los deseaba y estimaba». En la historia de la humanidad, como en la del hombre en particular, hay un momento decisi­ vo, una hora en la que, para bien o para mal, se juega uno su propio destino. Pues bien, en génesis de nuestra Provincia Capuchina de la Preciosísima Sangre de Cristo, de Valencia, el hecho citado en el párrafo anterior, de que el Patriarca Juan de Ribera tomara la resolución de escrib ir al M inistro General de nuestra Orden, harto -no encuen tro térm ino más adecuado- de tantas insidias y protocolos, decide nuestra propia historia. Desde este momento, impulsado, imparable, po r un «viento impetuoso» de un nuevo Pentecostés, porque era en verdad el Espíritu del Señor qu ien potenciaba la voluntad del Santo A rzobispo, se suceden vertig inosam en te los acontecim ientos. El Padre Jerón imo de Sorbo había sido elegido en el Capítulo General, celebrado en Roma el 31 de mayo de 1596. A este Capítulo asistió, como Custodio de Cataluña, el Padre Juan de Tordcsillas, quien, por haber muerto el Provincial, Padre Francisco de Figueras, quedó de Com i­ sario Provincial. El Padre General manifestó al Padre Juan de Tordesillas los ferv ien tes deseos del Patriarca Arzobispo de Valencia, que no le eran desconocidos, y acced iendo a ellos «en nombre suyo y del cap ítu lo general» despachó patentes para que, celebrando cap ítu lo al volver a Cataluña, de acuerdo con los defin idores, enviase los padres más idóneos para la deseada funda­ ción. Celebróse el cap ítu lo en el Convento de Montecalvario el 27 de sep tiembre de 1596 y en él fue elegido provincial el citado padre Juan de Tordesillas; entre los acuerdos hay uno por el que se toma la fundación en la ciudad de Valencia, designando para ella a los sigu ien tes religiosos: padre H ilarión de Medinaceli, como presidente; padres Serafín de Polizzi, Eugenio de Oliva y Gregorio de Valls, sacerdotes; fray Severo de Lucena, corista; y los herm anos fray Narciso de Denia y fray Pedro de Perales. El cap ítu lo se había celebrado a fines de septiembre; el Patriarca, en terado secretam en te de las «muy apretadas diligencias» que para impedir la fundación se hacían ante Felipe II, aún por «personas de autoridad», alegróse de la contradicción, que tomaba como señal de Dios, pero a la vez «aguardaba a los Padres que venían de hora en hora, dióles prisa para que llegasen primero que los despachos del Rey y valió la diligencia, pues cuando llegaron a manos del señor 3 5

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