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Al ser designado Juan de Ribera para la sede metropolitana de Valencia -1569- a propuesta del rey Felipe II, se le presen taba una tarea por demás ardua a causa de los prob lem as de todo orden, en especial en los aspectos religioso y social. Por ese sexto sen tido de que está do tada la santidad, pron to conectó con «puntos de apoyo», tales como San Francisco de Borja, de la C om ­ pañía de Jesús, San Luis Bertrán, de la Orden de Predicadores, o el Beato G aspar Bono de los M ínimos. No fue menor, en amplitud e intensidad, su relación con la O rden de San Francisco con varones tan exim ios como San Pascual Bailón, el venerable P. Cristóbal Moreno y sobre todo, en lo que a los Capuchinos se refiere, el Beato N icolás Factor. Este con tacto fue determ inante. La trayectoria de este santo fraile, a nivel de comunidad, pasó sucesivamente -aunque con sorpresa, en un principio, incluso para el A rzob ispado , su am i­ go- por las tres ramas franciscanas afincadas po r aquel en tonces en la Península: Observan tes, Recoletos y Capuchinos, para recalar definitivamente en su p rim era observancia, en donde ter­ m inó sus días en Valencia -(Santa María de Jesús, 1583)-. No nos vamos a de tene r en esta trayectoria del Padre N icolás Factor ni en sus motivaciones; es otro el p ropósito de estas líneas. Celebramos, eso sí, el hecho de haber pertenecido un tiempo a nuestra Orden, como con sta ta ­ mos en otro lugar, el alto concep to que tuvo y manifestó de ella, fruto de su experiencia personal en la m isma, y, además, el extraordinario interés, tan adm irable como providencial, con que abogó po r su estab lecim ien to en Valencia. En efecto, la sem illa dio su fruto, aunque hubieron de transcu rrir trece años, después de la m uerte del Beato. ¡Tanta fue la fuerza de convicción y de proyección de sus recom endaciones al Patriarca!. En un p rim er intento, pero firm em en te decidido a cu lm inar su propósito , el Patriarca Ribera d irig ió sus cartas al Provincial de los Capuchinos de Cataluña, entre los cuales había vivido el Padre N icolás, aunque, por esta vez, no obtuvo el éxito deseado, p robab lem en te po r la presión a que estaban sometidos, como ya se ha apuntado an teriormen te. «Convencido pues el Patriarca de que, po r los conductos normales -aprobación del rey, etc.- no podría lograr su intento, reso l­ vió escrib ir -cito textualmente al cronista P. Antonio de A licante- al M inistro General de la O rden de Capuchinos, P. Jerónimo de Sorbo, suplicándole encarecidam en te tuviese a bien en ­ viar relig iosos de su Orden para que propagasen la suya en este Reino, que serían muy bien

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