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convicción de la santidad; de la santidad de un hombre, que le constituye po r defin ición , en el «líder» de la naciente Orden, muy por encima de cualqu ier an terior in tervención humana. El Papa Pablo III, de no demasiada feliz, recordación para la O rden Capuch ina, prohibió term inan tem en te a éstos extenderse fuera de las fronteras de Italia. Ello respondía, con indepen ­ dencia de sus particu lares criterios, a las presiones ejercidas por eclesiásticos, y en especial por el em perado r Carlos V en un escrito durísimo, del que más tarde hubo de retractarse, que con ­ trasta so rp renden tem en te con su pintoresca y alucinante manera de en tender la Religión, en lo que a sí m ismo, en particular, se refiere. Tales restricciones fueron revocadas felizm en te por el Papa G regorio XIII en 1574. Con an terioridad a esta fecha, y a pa rtir de 1570, los frailes Capuchinos in tentaron estab lecer­ se en España, no sin verse sacudidos po r un vaivén absurdo de proh ib iciones e in transigencias, como las del rey Felipe II y su Consejo de Castilla. De hecho, y de forma inexplicable, o, con más propiedad, de forma providencial, por esos m ismos años 1576-78 se logró la fundación del PRIMER CONVENTO CAPUCH INO en la capital de Cataluña. Se hace necesario resaltar aquí la buena d isposición y el sabio criterio de los «Consellers» de Barcelona al pedir, apoyados en sus privilegios, la fundación de un convento al Padre General de la naciente Orden. Como final de esta d ificilísim a aventura, hacia finales del mes de agosto de 1578, los frailes, llegados a la ciudad condal un tiem po an tes, abandonando su p rim itiva resid en c ia en las estribaciones del Montjuich, se dirigieron «procesionalmente y portando una cruz de m adera» al Convento del «desierto» de Sarriá. Este fue, pues, el punto de apoyo y de partida para el estab lecim ien to de los Capuch inos en la Península Ibérica y, desde luego, lo que daría origen a la formación de la Provincia Capuch ina de la Preciosísima Sangre de Cristo, de Valencia, en 1596.

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