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Con todo, hubo necesidad de «ayudar» a la Providencia de la mano, entre otros varios, de dos mujeres de no común inteligencia y temple excepcional: Catalina Cibo, Duquesa de Camerino y Victoria Colonna, Marquesa de Pescara, llamadas con razón, las «M adres de la nueva Fra­ tern idad» . No menos valiosa fue la palabra, con acen to profètico, de la Beata Bautista Varani, herm ana del Duque de Camerino y abadesa de las Clarisas: -«Si esa obra viene de Dios, no lograrán destru irla» , parafraseando a Gamaliel, en los albores del cristianismo. Efectivamente, con Bula pon tificia de 3 de ju lio de 1528, «Religionis zelus», que constituye la carta magna y el reconocim ien to oficial de nuestra Orden, se llegó finalm en te a la conso lida­ ción de la m isma y con personalidad propia en un «breve» de Pablo V-(23 de enero de 1619). En él, el m ismo Papa reconocía lo que fue, en realidad, el espaldarazo que a fianzó la naciente Reforma: su apostolado. En una primera época, cunde la adm iración hacia ellos po r la bravura y la entrega sin lím ites con que se dedicaron al cuidado del prójimo en tiempos de guerra y de peste que aso laba Italia, en el Hospital de Incurables de Roma, de donde fueron capellanes. A ellos hay que añad ir el impacto de su predicación, espectacu lar por su celo y po r su m arcado aspecto penitencial. Tampoco es posible o lv idar lo que constitu ía un argumento de peso, mucho antes de la total independencia de la Orden. A los ocho años de su prim era aprobación, la O rden hab ía experi­ men tado un aumen to espectacular. Cuarenta Conventos con más de cuatrocien tos frailes, un i­ dos, desde luego, po r el vínculo moral de una legislación -Constituciones- que les garantizaba una orien tación evangélica y franciscana, desde el lejano 1536. Ya en una segunda época -1544- entra en la h istoria de la Orden, un personaje que, sin alardes d ialécticos, sin las tensiones de los «sabios y entendidos», con la lum inosidad de su alma senci­ lla, constituye en sí m ismo la «clave del arco», la norma personalizada, garan tía de lo Capuch i­ no, en m adurez de espíritu y en ambición de santidad como meta: -«O César o nada». De él se ha dicho, en frase jov ial e ingeniosa, pero con verdad: -«Si no llega a aparecer la figu ra de Fray (San) Félix de Cantalicio, borran del mapa a los frailes Capuchinos». Es, sin duda, el poder de

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