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En esta aventura hay un punto de apoyo, un signo, a la vez que magnífica realidad: Clara de Asís. Es la Madre. La que imprime carácter y define los rasgos específicos de esta epopeya tan divina como humana. La Dama Pobreza, en la línea de las Bienaventuranzas, pero llevada con un ingenio, con un toque de distinción inefable e inigualable será, desde Clara y para siempre, el escudo de nobleza y el punto de referencia de la obra genial del Pobrecillo. Esta misma Pobreza, entendida, naturalmente, en clave franciscana, sería, a través de las épocas -como lo es hoy mismo- la conciencia, el aguijón que no permite al franciscanismo «dormirse en los laureles». Ella y sólo ella tiene la explicación de las voces de alerta y de las «reformas», más o menos clamorosas que ha tenido la Orden. La frase testamentaria de Francisco: -«Os dejo muy de veras encomendados a la Gracia del Señor» ha puesto un toque divino en todas las empresas de sus frailes. No son los hombres los que han «reformado»; No es propia ni apropiada la palabra «reforma», sino más bien, «progre­ so», el hecho de hacer camino tras las huellas del Padre. Por eso mismo, el tema «Orden Capu­ china» no está, no consiste únicamente en que unos frailes, en un determinado momento, hayan pactado buscar una «mayor perfección» y acercamiento respecto de la Regla -lo cual no deja de ser verdad-. Pero no es éso únicamente o exactamente. El hecho consiste en que, como he apuntado antes, el propio San Francisco vela por la obra que Cristo le inspiró y encomendó, y, de tiempo en tiempo -como ocurría en la piscina de Bethsaida- «remueve el agua» y se produce el milagro de una renovación, de una nueva juventud en lo franciscano, no importa cual sea el nombre de la nueva savia, por más que, en nuestro caso, lo referimos a los Franciscanos Capuchinos. Nuestra Orden se ha gestado y se ha fraguado en la fidelidad -minuciosamente, apasionada­ mente- al ideal de Francisco de Asís. Pero el gozo de esa misma fidelidad se apoya y se robuste­ ce en la presencia maternal de Clara, la Madre Santa Clara. Ella es el venero -agua pura que

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