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La vida de nuestros frailes debió de ser ejemplar y causa de admiración y devoción del pueblo llano. No pequeña prueba de ello era la envidia que se suscitaba entre la clerecía, ya que, de tiempo en tiempo, planteaban pleitos por causas triviales e irrisorias con una enorme carga de ridículo. Uno de ellos se suscito en 1694 por no atenerse al P. Guardián a una indicación del Obispo, D. Antonio de Medina Chacón, de que no recibiera en el convento a la imagen de la Virgen de la Fuensanta, según costumbre, a su paso desde el Santuario. Esta simple discrepancia acarreó nada menos que la excomunión al Guardián, P. Leandro de Cocentaina, y suspendió «a divinis» a toda la Comunidad. Pleito tanto más sonado cuanto absurdo, en el que tuvo que intervenir personalmente el Nuncio para dejar el «problema» en su medio razonable. Un hecho notable en la vida de estos religiosos ocurrió durante la Guerra de Sucesión, con la entrega de este convento a la Provincia de Andalucía, como represalia del Rey Felipe V, por juzgar que los frailes eran contrarios al régimen, sometiéndolos, además, a la jurisdicción directa del Obispo Belluga. Restablecida la paz en 1715, intervino el Provincial, P. Basilio de Castellón ante el P. General de la Orden, P. Miguel de Ragusa, que se hallaba por entonces en Madrid, quien dirigió un memorial al Rey, en fecha de 22 de agosto de 1715, y el Convento de Murcia fue reintegrado a su Provincia Capuchina de la Preciosísima Sangre de Cristo, de Valencia de origen. El mismo Padre General expuso, además, al Nuncio el problema de la jurisdicción del Obispo sobre los frailes, pasando ésta a manos del legítimo Superior, el Provincial de Valencia. El Convento de Murcia, adiferencia de los demás de la Provincia Capuchina de la Preciosísima Sangre de Cristo, de Valencia, no fue clausurado cuando las Cortes de Cádiz, y, por lo mismo, fue residencia del Provincial durante esta época. Los Capuchinos pudieron permanecer pacíficamente en su convento hasta el 25 de agosto de 1835, en que fue tomado e incendiado por las turbas revolucionarias. Su último Guardián fue el P. Antonio de Finestrat.
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