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libras al año». Fue ésta una decisión en respuesta a la entrega de los religiosos en la asistencia a los apestados del Hospital instalado en el monasterio cisterciense de «Mont-Sant». Apenas cincuenta años después nuestros frailes vieron alterada su paz por el horror y la inaudita crueldad que desplegó en su venganza contra la ciudad el borbón Felipe V. Tras la derrota de Almansa -Guerra de Sucesión, 1707- y vencida la resistencia que ofrecían los setabenses, la venganza del rey fue terrible. Con incalificable crueldad mandó incendiar la ciu­ dad y redujo a cenizas la totalidad de los edificios, tanto civiles como religiosos. El pobre Con­ vento de los Capuchinos fue pasto de las llamas y ya no pudieron regresar hasta 1717 en que tuvieron que empezar a levantar y restaurar lo que quedó del convento. La Historia es testigo de que difícilmente transcurre un siglo sin que se vea alterado por la violencia de las guerras, y, en consecuencia y de forma incomprensible no queden gravemente perjudicados los religiosos. Tal sucedió en la Guerra de la Independencia, en que al llegar los franceses a la ciudad de Xátiva el día 12 de diciembre de 1814, asaltaron el convento reducién­ dolo a ruinas. Pasada esta calamidad, no les fue posible regresar por impedirlo la Constitución de Cádiz. En este escaso cuarto de siglo-de 1812 a 1835-¡hasta siete veces! fueron objeto los frailes de una sucesiva marea de expulsiones y reinserciones al convento. En una de ellas, la comunidad fue dispersada y repartida por los conventos de Valencia, Segorbe y Callosa d’ en Sarriá. Al cierre definitivo, por consejo de los Liberales a la Reina Gobernadora, el día 12 de agosto de 1835, era su último guardián el P. Andrés de Montaverner, el cual hizo un inventario de los bienes habidos en el convento y lo remitió al Archivo de Hacienda de Valencia.

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