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C O N V E N T O D E A L Z I R A ( 1 6 0 5 ) Se puede afirmar, con toda probabilidad, que, de los once conventos que se inauguraron en tiempos del Patriarca Juan de Ribera, ninguno lo fue con tanta solemnidad y pompa y asistencia de personalidades distinguidas como el de Alzira. También, como contrapunto, ninguno fue sometido a soportar las situaciones tan difíciles como este, tanto en el orden social, ya conocido, de los siglos XVIII y XIX, como de enojosos problemas internos. Refiriéndonos a los inicios de la presencia capuchina en Alzira, diremos que bastó una sim­ ple sugerencia del Arzobispo Ribera, en su omnipotente influencia, a los Regidores de la pobla­ ción para que estos concedieran el permiso de establecerse, dándoles, además, el terreno para la edificación del convento e iglesia. El P. Hilarión de Medinaceli se hizo cargo el 25 de marzo - Fiesta de la Encarnación que figuró como titular- de 1603. Habiendo delegado en el P. Serafín de Polizzi, se convino en el día 25 de junio para la solemne toma de posesión y bendición de la primera piedra. La bendijo y colocó el mismo Arzobispo Juan de Ribera, con la asistencia de la Condesa de Lemus, llegada de Nápoles; los Condes de Benavente, Virreyes entonces de Valen­ cia; los Duques de Monleón y el Marqués de Vélez. El convento -claustro central pequeño, tipo Ollería- tenía su emplazamiento, como todos, junto al templo. De este conjunto queda únicamente el templo conventual, «muy parecido este al de «La Magdalena» de Massamagrell». En su frontispicio todavía se puede ver una magnífica representación de «La Anunciación» en azulejos. Sabemos que toda la región valenciana, así como la de Murcia, sufrieron la epidemia de la peste en varias ocasiones, sobre todo en el siglo XVII. Alzira no se libró de esta dura prueba. En los años 1647 y 1648 los Capuchinos tuvieron ocasión de manifestar su caridad con los apesta­ dos, en cuyo ejercicio murió un hermano: Fray Antonio de Rafelbuñol. 101

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