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66 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA al ser elegido por segunda vez Provincial. Sale primeramente al paso de las quejas y protestas de los predicadores que pretendían ser tra­ tados con especialidad y a base de cosas extraordinarias; reprueba el abuso de aquellos que se quedaban a comer en las ciudades donde habían predicado, y sobre todo que, no contentándose con usar coche cuando iban fuera, hacían lo mismo en las ciudades donde había con­ vento. Añade con dureza que «ni la provincia ni la religión quiere predicadores a costa y dispendio de la observancia regular, y antes quiere que los tales dejen de predicar que permitir una puerta tan espaciosa a toda relajación». Hace a continuación esta reprensión en la que se advierten algunos abusos que se cometían ya entonces: «El sacar en el pulpito un capuchino pañuelo blanco — dice el P. Salamanca— no se hace por necesidad prudente, sino por vanidad y ventolera in­ digna. Lo advierten, lo admiran y aun lo censuran los seglares, y a los religiosos es materia de murmuración y escándalo, por no practicarse en España donde vivimos. Y así, pedimos a los predicadores, por Dios, se abstengan de singularidades vanas, que no les añaden crédito y les acarrea justísimas censuras de relajados, y al que prosiguiere en estas presunciones y altanerías, despreciando nuestra caritativa amonestación, aplicaremos la medicina del castigo» (4). A lo expuesto añadimos que fueron otros varios los que en esos años disfrutaron también el título de predicador del rey, entre ellos el P. Jerónimo de las Canarias, fallecido hacia 1727, y el P. Rafael de Loyola, que igualmente murió en el mismo año. A par con esa predicación y esa oratoria que podíamos llamar de cmpromiso, corría parejas la de misiones populares, las que con fre­ cuencia no se ceñían a un solo pueblo, villa o ciudad, sino que abar­ caban regiones determinadas, o sea, que los misioneros empleaban va­ rios meses seguidos en ir recorriendo pueblo por pueblo en su labor misional y apostólica. No podemos, a falta de documentos particulares, precisar lo que sucedía en cada uno de los conventos. Pero, a juzgar por las activida­ des de los que vivían en los situados en la diócesis de Toledo, podemos formarnos idea de lo que se hacía en los restantes. Así, no menos de 25 nombres de otros tantos Padres nos son conocidos, dedicados de lleno en esos años a la predicación de misiones solamente en el arzobispado de Toledo (5). Entre ellos descuellan los citados PP. Félix de Alamín y Manuel de Jaén, que ya con anterioridad habían obtenido el título de Misionero apostólico; también los PP. Luis de Oviedo, Felipe de Villarejo, Isidro de Lozoya y Rafael de Loyola, a quienes se había otorgado antes de 1728, y asimismo el P. Jerónimo de Zarzosa, que (4) Ordenaciones y apuntamientos hechos y mandados publicar por nuestro M. R. P. Provincial y RR. PP. Definidores en el Capítulo celebrado en este con­ vento de San Antonio de Madrid, el día 7 de mayo de 1746 (APC, 6/15). (5) Constan esos nombres en los Libros registros de los distintos arzobispos de Toledo, que se conservan en el Archivo diocesano.

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