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676 L A P R O V IN C IA D E F F . M M . C A P U C H IN O S D E C A S T IL L A un solo pedazo de pan en el arca y partiólo lleno de fe y verlo multi plicado en muchos y hermosos panes con que socorría liberal y abundan temente a cuantos llegaban, con admiración universal de los mismos pobres que confesaban no podía ser sin milagro, pues sólo en la portería de los Capuchinos se daba más limosna que en todo Toledo. Entre los pobres que llegaban a pedir vio un día el siervo de Dios a una doncella hermosa y de bello arte, que con empacho natural se quedó la última, debiendo ser la primera pues era entre todas la más necesitada. Se hallaba esta infeliz cuasi determinada a vender de (s/c) castidad por no verse morir de hambre. Ilustrado el siervo de Dios conoció su interior y, ya que estaba sola, le dijo: «¿Qué es lo que intentas, pobrecita? ¿Cómo piensas tan bajamente de Dios? Ea, toma.» Y dándole una ración de pescado que tenía a mano y un pan, la prometió darla la ración que a él le tocaba todos los días, si se arrepentía de su culpa, como lo hizo, llorándola amargamente, cumpliendo el siervo de Dios lo prometido hasta que tomó estado. Murió en Toledo con gran fama de santidad a 20 de diciembre de 1743, y en su muerte se le aparecieron nuestro P. S. Fran cisco y San Antonio. Profetizó antes el día y hora de su tránsito y ha obrado el Señor muchos milagros por su siervo» (22). Y esa misma fama de santidad testifica el Libro de entierros de este convento de Capuchinos de Santa Leocadia, en el que se consigna que en el nicho número 9 «está enterrado el Hermano Fr. Baltasar de Treviño, religioso de ejemplar virtud; murió a 20 de diciembre de 1743», pala bras que no aplica a los demás religiosos de cuyo enterramiento se ocupa año tras año (23). Otro religioso modelo también de virtudes, cuya vida se encuentra re sumida igualmente en los citados cuadros, fue Fr. Ignacio de Zamora. De él se dice lo siguiente: «Varón de grande austeridad y penitencia, nació en la ciudad de Zamora, de la muy ilustre familia de los Sotelos. Siendo joven era de genio travieso y alegre, amigo de funciones y gastos franca mente con sus conocidos y camaradas. Tomó el hábito capuchino y a los primeros años tuvo una vida regular, hasta que el Señor, por medio de un animal tan insólito como el asno, le dio un oportuno aviso. Traía yeso un arriero para una obra que había en nuestro convento de Madrid, y, entre los burros, venía uno muy lozano, travieso y retozón. Reparó en ello Fr. Ignacio y, pasados algunos días, que aquel animal estaba ya muy quieto y flaco y apagados aquellos primeros verdores, preguntó al yesero: «Hombre, ¿en qué consiste que está ya tan quieto este ani mal?» «Padre —respondió el arriero—, en que come poco y trabaja mucho.» Al oír esto vino sobre él una inspiración divina y determinó macerar su cuerpo con ayunos, cilicios, disciplinas y todo género de mortificación para domar las pasiones. Así lo hizo, pues en catorce años no comió cosa caliente, ni más de veinticuatro a veinticuatro horas, y sólo (22) Está copiado del cuadro impreso que se conserva en el Archivo de la Casa Ducal de Medinaceli (Medinaceli, leg. 223, n. 18). (23) Libro manuscrito que se conserva en el APC, 46/2.
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