BCCCAP00000000000000000000156

F R U T O S D E S A N T ID A D 6 7 3 en El Pardo, apostató de la Orden, pero arrepentido luego, ingresó de nuevo, dándose de allí en adelante a una vida ajustada y digna de un religioso y de un apóstol, de tal modo que, al fallecer en Segovia, el 21 de julio de 1762, se escribió sobre su sepultura: «Aquí yace el P. Antonio de Aguilera, misionero apostólico y ejemplarísimo en todo género de virtudes» (15). En ese mismo año 1762 falleció en Valladolid el P. Gregorio de Soria, al que igualmente conoció el P. Ajofrín y a quien hace referencia en su Carta familiar, ponderando su santidad. Según se consigna en otra parte «dejó en pos de sí raros ejemplos de caridad para con los reli­ giosos, calificado de a todas luces seráfico y amante de todos» (16). No sólo de ejemplar sino de modelo en todo género de virtudes debe ser calificada la vida del P. Pablo de Colindres. Baste recordar aquel su desprecio y desapego de las cosas y vanidades del mundo, a los cargos y dignidades; todo lo deja para entrar capuchino a los 27 años de edad, precisamente porque la Orden profesaba «como especial instituto el de la humildad, austeridad y pobreza». Para practicar la humildad no quiso aceptar cargo ni dignidad alguna y sólo lo hizo por obediencia, como sucedió cuando le eligieron Provincial (17). Por esa misma razón de vivir retirado y desconocido pidió marchar a Orán como misionero y, por considerarse más tarde indigno, renunció a la mitra de Barcelona en 1747; ni valieron para admitirla las insistencias del P. Rábago, confesor de Fernando VI, ni las del Cardenal Portocarrero ni siquiera las de Bene­ dicto XIV, todas se estrellaron ante la humildad del P. Colindres y ante el convencimiento de que no era esa la voluntad de Dios, la que acató y siguió ciegamente cuando le llamó a tomar el hábito capuchino (18). Al leer tales hechos y ejemplos uno no puede por menos de pensar en la vida de los santos, cuyo comportamiento no fue ni más evangélico ni más digno de admiración. Y con esa humildad corrieron parejas su austeridad de vida y extremada pobreza. Cuando en 1761 es elegido General de la Orden, se vio en la precisión de hacer prolongadas cami­ natas para visitar una provincia tras otra; no obstante, su caminar fue siempre a pie, así en pleno rigor de invierno como en la canícula del verano; y, teniendo además un trabajo agobiador, no se dispensó de los actos de comunidad, ni de las observancias prescritas o penitencias y ayu- (15) A este religioso parece hace referencia el P. Ajofrín en las palabras puestas en el prólogo a la traducción de la segunda parte del apéndice al tercer tomo de las Crónicas; tomó el hábito en 1726 y se ordenó en 1733 ( Necrolo■ gio, 183). (16) Necrologio, 286; falleció en el mes de noviembre del expresado año. (17) VA, 287. (18) Según ya dijimos, todas esas razones las exponía el mismo P. Colin­ dres escribiendo a D. Francisco Campo de Arve, Roma, 1 noviembre 1747, para que participara al rey su renuncia (AGS, Gracia y / usticia, leg. 291), y eso mismo comunicaba Benedicto XIV al Cardenal Portocarrero, 5 noviembre 1747, expo­ niéndole las razones que el Capuchino le había manifestado para no aceptar (Biblioteca de Santa Cruz, de Valladolid, ms. 342, ff. 233-4). 43

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz