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FRUTOS DE SANTIDAD 671 Es en primer lugar el P. Juan de Zamora, el efectivo fundador del Seminario de Misioneros de Toro y más tarde restaurador de la perfecta vida común y observancia regular en el de El Pardo. Sus anhelos y pre­ tensiones en esto iban más lejos aun que los consignados en los estatutos dados por el P. Colindres para el convento de Toro; no eran otros sino llevar vida de estrechez y pobreza, de oración y penitencia, de casi absoluto retiro y de máxima rigidez en la observancia. Que ese era su pensamiento y por otra parte también su proceder, se deja bien traslucir a través de las páginas de sus escritos encaminados a defender la vida por él escogida e implantada en los dos mencionados conventos ( 7 ). Nadie tampoco pudo recriminar su personal comportamiento, ejemplar, virtuoso y en un todo ajustado a las prescripciones de la Regla y Cons­ tituciones, aunque quizás su celo algo extremado y su proceder un tanto imprudente, le proporcionaran bastantes sinsabores y sufrimientos. Sin embargo su obra, reflejo de las virtudes franciscanas por él practicadas, ahí quedó como modelo a seguir por cuantos religiosos vivieron luego en Toro y El Pardo hasta la triste efemérides de la exclaustración. De los mismos ideales participó su compañero en el Seminario de Toro, el P. Isidoro de Fermoselle, fundador más tarde del Colegio de Misioneros de La Habana. Fue éste un trasunto de cuanto en aquel se practicaba: exacta observancia, pobreza, oración, penitencia, abstracción del mundo, en cuanto posible, y entrega a los ministerios apostólicos (8). En esas palabras queda perfectamente expresado lo que fue la vida del Padre Fermoselle, que además se refleja con espontánea sinceridad en sus cartas y en las enmiendas que puso al proyecto de reglamento presen­ tado por el Consejo de Indias ( 9 ). Finalmente, no podemos por menos de citar, entre los predicadores y misioneros virtuosos y ejemplares, al P. Miguel de Santander, que no sólo predicaba con su ardiente y emocionante palabra sino que además lo hacía con el ejemplo de su vida penitente, mortificada, pobre, puesta por modelo y admirada por el Bto. Diego José de Cádiz, llena de caridad para con los prójimos no sólo en sus necesidades espirituales sino también en las materiales. Ya hicimos resaltar esas virtudes al trazar su biografía, y aquí sólo anotamos que, para conocer bien y a fondo lo que en eso fue, se hace necesario de todo punto leer con atención tanto los Apun- (7) Cfr. su Manifiesto historial y apologético de la fundación del Semina­ rio de Misioneros Apostólicos de la ciudad de Toro y del establecimiento de per­ fecta vida común en el Real Convento de El Pardo, ms. (APC, 28/153), y Defen­ sa del establecimiento del Pardo, ms. ( i b 't d 33/83a). (8) La finalidad del mismo y la vida de cuantos formaron parte deél están perfectamente delineadas en: Reglamentos y ordenaciones que el Rvdo. P. Pro­ vincial y Rvs. PP. Definidores de esta Provincia de Capuchinos de Castilla han dispuesto para el Seminario de Misioneros de La Habana, aprobadas y corro­ boradas con ampliaciones, advertencias y temperamentos por el rey nuestro señor, Madrid, 1793: 42 pp. (9) Varias de sus cartas, al igual que las enmiendas y adiciones puestas por él a dicho Reglamento y ordenaciones, se encuentran en APC, 18/1.

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