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FRUTOS DE SANTIDAD 669 pos. Hasta el mismo apostolado, en sus diversas formas, ofreció en esto inconvenientes. Se hicieron frecuentes las salidas, se hizo necesario un mayor trato con el mundo, las mismas confesiones impedían a veces la oración de comunidad y se resentía bastante la asistencia al oficio divino, sobre todo por la noche; por tal causa fueron multiplicándose las dispen­ sas, lo que llevó casi insensiblemente a la relajación en mayor o menor escala. Por eso mismo se hacía necesaria la reacción que llegó, en plan de verdadera reforma, a mediados del siglo por medio del establecimiento de los conventos de retiro en algunas provincias de la Orden. Concreta­ mente en Castilla se plasmó en la creación del Seminario o Colegio de Misioneros de Toro, cuya finalidad primordial, en el pensamiento de sus fundadores, fue el restablecimiento de la pura observancia, de la perfecta vida común, llevando sus moradores un quehacer diario de recogimiento, estudio, silencio y apartamiento del mundo. De ese modo vendrían a llenarse los ideales de los primeros reformadores de la Orden. También allí encontrarían los predicadores lugar adecuado para el retiro y la oración, medio propicio de reparar su espíritu y fortalecerlo con la estrecha observancia y las penitencias prescritas, y asimismo tiempo suficiente para el estudio y preparación de los sermones. Cuantos religiosos residieron en el convento de Toro, siendo destinados a él libre y voluntariamente, guardaron con la mayor fidelidad los rigu­ rosos estatutos redactados especialmente por el P. Colindres para ellos, viviendo en la más estrecha observancia y rigurosa pobreza y dedicados a la predicación de misiones populares de modo particular, sirviendo al propio tiempo de modelo exacto de virtudes religiosas y de intenso y eficaz apostolado. Otro esfuerzo en ese mismo plano, es decir, de reforma y restable­ cimiento de la perfecta vida común y de mayor rigor en la observancia regular, se realizó en el convento de El Pardo y por el mismo P. Juan de Zamora. Sin tantos matices y pormenores, sin tanto rigor como en Toro y sobre todo sin esa dedicación completa al apostolado de la predi­ cación, pero con idéntica finalidad, de superación en la observancia regular y en la guarda de la pobreza. Así vivieron los religiosos en esos dos conventos, desde casi mediados del siglo x v i i i hasta 1836 , fecha de la exclaustración, pudiendo servir, según intención de los organizado­ res, de fermento saludable y eficaz de mejoramiento y reforma para todos los de la provincia. 3 .—Descendiendo ya a casos particulares, he de anotar en primer término algunos religiosos que se distinguieron por su celo y juntamente por su piedad y virtud ejemplares. Ya hemos citado a los PP. Félix de Alamín y Manuel de Jaén, ambos predicadores y misioneros y a su vez escritores, y de ellos queremos ocuparnos en este aspecto. Así del P. Alamín habla con encomio el P. Torrecilla que le conoció, llamándole «predicador y misionario apostólico, de fervoroso espíri

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