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63 6 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA do, la recomendó a sus párrocos en su Carta Pastoral que les dirigió para el más acertado régimen de sus ovejas» ( 4 ). Y justamente es el P. Alamín uno de los pocos religiosos de quien tampoco podemos fijar fechas ni de nacimiento ni de ordenación ( 5 ). Lo que no puede negarse es que ya para 1693 hacía bastantes años que era sacerdote, dignidad que debió recibir con anterioridad a 1666 (6). Y, a juzgar por las escasas noticias que poseemos, su vida religiosa, de predi­ cador y misionero debió deslizarse en los conventos de Madrid. En el convento de La Paciencia continuaba el 16 de julio de 1726 cuando se le concedieron licencias especiales no sólo para confesar sino también para absolver de casos reservados precisamente por ser Misionero apos­ tólico y considerado como Padre graduado ( 7 ). Cuantas veces se habla del P. Alamín, siempre se le considera bajo estos dos aspectos: como misionero celoso y como religioso animado de fervoroso espíritu. Ese fervor que le animaba en su predicación nos ha quedado reflejado y como exteriorizado en los numerosos libros que compuso. Su objetivo en ese trabajo no fue otro que instruir a los fieles en sus deberes, prepararlos para recibir digna y provechosamente los sacramentos, o señalarles los caminos de la perfección y los medios de conseguirla, sobre todo valiéndose de la oración. En eso vemos confir­ mado una vez más ,1o que advertíamos respecto de otros misioneros: el apostolado de la pluma, los libros, los folletos fueron la manera eficaz de fomentar la piedad y de completar el fruto de su predicación, y al propio tiempo de aprovechar ellos digna y saludablemente el tiempo que les dejaban libres las tareas del pulpito. El P. Alamín fue de esos misio­ neros ejemplares y laboriosos; su última obra la imprimía en 1727 cuando ya contaba noventa años de edad. Y, por lo que hace a sus libros, queremos tocar una cuestión que desde mediados del siglo x v i i ocupaba la atención de muchos religiosos y de no pocas almas espirituales. Me refiero a los debates quietistas suscitados en dicho siglo y el siguiente, en los que fue envuelto también San Juan de la Cruz y otros escritores místicos. Ni que decir tiene, y por eso traemos aquí esta cuestión, que el P. Alamín quiso, al parecer, echar en ello su cuarto a espadas. El caso fue que en 1668 apareció un papel anónimo en el que se impugnaba la contemplación adquirida, ejercitada con la fe y los dones del Espíritu Santo. En dicho papel se prometía un (4) Descripciones de los pueblos para la historia y mapa topográfico, 1782, manuscrito (Archivo Diocesano de Toledo, leg. 1). Se trata de los pueblos que pertenecían entonces a la diócesis de Toledo, que abarcaba incluso la ciudad de Madrid. (5) La Estadística general de la provincia lo ha omitido, y por otra parte, el VA, en que se anotan las ordenaciones y otras noticias oficiales, llevado por el Padre Secretario Provincial, no tiene nada desde el año 1676 a 1687. ( 6 ) En dicho año, 1693, publicó su primera obra, y en 1688 parece impri­ mió, con carácter anónimo, un papel que se le atribuyó, siendo ya entonces sacerdote. (7) Archivo Dioc. de Toledo, Registro del Cardenal Portocarrero (1676- 1698), n. 342, f. 39v.

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