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628 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA ñoles allí refugiados, en los que de momento nada se dijo concreta ni directamente sobre su persona, el tiempo se hubiese también encar­ gado de olvidar e ir echando tierra sobre su actuación en Zaragoza, y hubieran quedado y reaparecido solamente sus indiscutibles méritos de gran predicador y misionero, de ejemplar religioso y obispo ( 103 ). Y con esta apreciación coincide totalmente el elogio que un periódico le tributó al dar la noticia de su muerte: «Dedicado de preferencia al ejercicio de misionero, adquirió una celebridad tan justamente fundada, que jamás se ha desmentido aun en medio de las mayores desgracias. Sus numerosos escritos sobre diferentes materias, pero en particular sobre las místicas y predicables, le asegurarían un nombre inmortal, si no desapareciese este brillo al lado de sus excelsas virtudes, ya como religioso, ya como obispo» ( 104 ). 6.—El P. Santander juntó a todas esas glorias la de escritor, y sus libros en su mayoría impresos, merecen nuestra atención por presentar una faceta importante de su personalidad. A fines del pasado siglo xix se afirmó de él: «Célebre capuchino, compartió con Fr. Diego de Cádiz, de quien fue compañero incompa­ rable, las fatigas apostólicas. Notable poeta, gran prosista y elocuente orador sagrado, bajo estos tres aspectos dio grandes muestras de su privi­ legiada inteligencia» ( 105 ). Y bajo esos tres puntos de vista le estudia­ remos brevemente. Por lo que respecta a su estro de poeta, cierto que no puede ponerse como sobresaliente modelo; sin embargo tiene composiciones de carácter festivo en las que no falta frescura y gracejo, mientras que en las serias «de mucha mejor factura, se ven piezas excelentes y de profundo sabor místico..., merecedoras de todo encomio» ( 106 ). Para otros, aun no convenciendo del todo sus dotes de poeta, «sería injusto negarle inspira­ ción y acierto» en sus composiciones, en varias de las cuales hace gala de erudición sagrada, de ingenio y buen humor ( 107 ). (103) Creo que el primero en tacharle abiertamente de «afrancesado» fue el mercedario P. Manuel Martínez, más tarde obispo de Málaga (v. lo dicho en la nota 35). Generalmente los historiadores han continuado en tildarle de eso mismo, lo que no creemos admisible, y nos adherimos a las muchas razones dadas sobre esto mismo por M ig u e l A sú a C a m p o s , que le defiende con gran valentía en: Hijos ¡lustres de Cantabria, que vistieron hábitos religiosos, Madrid 1945, 369-398. (104) España sagrada, o.c., 17-20; no se da el título del periódico. (105) A n t o n io d e l C a m p o E c h e v a r r ía , Plutarco montañés. Ensayo de un ca­ tálogo biográfico sobre montañeses ilustres, II, Santander 1899, 92. (106) S a m u e l E ija n , O. F. M., La poesía franciscana, Santiago 1935, 392, y: Franciscanismo Ibero-Americano en ¡a historia, la literatura y el arte, Barcelona 1927, 280. En la primera afirma que conocía dos ediciones de las Cartas familia­ res, Madrid 1805, 1806; existen ejemplares al parecer distintos; desde luego los que se atribuyen a 1806 tienen bastantes páginas más. (107) Luís R e d o n e t , L os escritores montañeses del siglo xvm, en Altami- ra, 1955, 315-324. En concepto de todos las mejores poesías son: «Sentimien­ tos del alma pesarosa de haber ofendido a Dios», glosa de la «Secunda de di­ funtos», traducción del salmo «Miserere», «Espejo del religioso» y soneto a la

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