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«Nació con esta gracia, la ha perfeccionado con el estudio de las cien­ cias» ( 58 ). Y así fue efectivamente. Aparte de las dotes naturales para el pulpito, puso el mayor empeño y sus talentos en prepararse para anunciar digna y provechosamente la palabra divina, a fin de ser fiel instrumento de la gracia en la conversión y salvación de las almas. De ahí el estudio sereno y continuado año tras año de la Escritura, Santos Padres, historia eclesiástica y de los mejores predicadores y misioneros así nacionales, entre ellos los PP. José de Carabantes, Pedro de Cala- tayud, Castejón, etc., como extranjeros, siendo su favorito Bourdao- lue ( 59 ). Y lo prefería porque «es sin duda más sólido, más metódico, más útil, aunque no sea tan sublime». Y añadía: «Yo estoy por los que hablan de modo que todos los entiendan.» Porque de otro modo, «¿de qué les servirán a estas almas redimidas con la sangre de Jesucristo tan famosos predicadores?». «Si no consiguen estos triunfos —la conversión, dejar la vida escandalosa, practicar las virtudes— , yo estimo en muy poco toda su fama y toda su predicación» ( 60 ). Por eso, después de leer, estudiar y comparar los escritos de nume­ rosos predicadores y reconocer los abusos cometidos por muchos de violentar los sagrados textos, con ideas y publicaciones ridiculas y capri­ chosas, frases equívocas y pueriles, etc., decidió seguir un camino, en cierto modo nuevo, cual fue exponer las verdades de la fe y de la moral con la mayor sencillez, adaptándose en un todo a la capacidad de los oyentes, y conforme con eso compuso y predicó sus sermones. Método que pareció un tanto extraño incluso a los misioneros de Toro pero que, viendo los buenos efectos, lo aceptaron ( 61 ). Asimismo rechazó los medios empleados por otros, sobre todo misioneros, para producir en los oyentes efectos de espanto, valiéndose de maniobras ruidosas, cadenas arrastradas, de faroles, velas encendidas, etc. ( 62 ). De ese modo tanto él como cuantos formaron parte de aquel Colegio contribuyeron pode­ rosa y eficazmente a la reforma del púlpito y anunciar dignamente la palabra de Dios. Menéndez Pelayo dice del P. Santander que escribía sus sermones punto por punto antes de predicarlos; de ahí que se echen de menos en ellos el calor y la vida que sólo comunica la improvisación ( 63 ). Sin embargo añade que fue él quien con el Bto. Diego José de Cádiz «com­ partió la gloria de misionero y le excedió como escritor, porque era hom- ILMO. P. M IGUEL SUÁREZ DE SANTANDER, OBISPO 617 (58) Carta de un señor zaragozano que le oyó predicar, Zaragoza, 14 abril 1807, refiriéndose al sermón del Buen Pastor (v. n. 16 de sus obras) ( Doctrinas y sermones para misión, I, Madrid 1814, XX II). (59) Ibid., prólogo del P. Santander. (60) Cartas familiares, 80-81, 82-3. (61) Doctrinas y sermones para misión, I, prólogo. (62) Ibid. (63) Que no era siempre así y de que improvisaba son prueba estas pala­ bras suyas con ocasión de imprimirse el sermón que dirigió a los Capitulares en 1793 (cfr. n. 2 de sus escritos): «Siendolomásgracioso quevarias cosas útiles que se me ocurrieron y dije en el sermón,noestán allí»( Cartas fam., 241).

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