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616 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA es, un majadero, bien que esto nada me incomoda: sirvan mis pobres cosas a la gloria del Señor y a la salvación de las almas, y más que me estimen como un sabio o me gradúen de loco» ( 52 ). Ese deseo de no buscar alabanzas ni pretender lucimientos ni ambicionar puestos de nin­ guna clase lo tenía tan en su interior, que fácilmente y con frecuencia lo manifiesta en sus cartas a obispos, superiores, religiosos, parientes y amigos. En ellas, lo mismo que en la predicación, se descubre y patentiza fácilmente su fervoroso espíritu, acendrada piedad, el celo por la salvación y santificación de las almas, al igual que su inmensa caridad; de tal modo que el Bto. Diego pudo afirmar de él que todo era «efecto sin duda de la caridad para con sus prójimos, que es el carácter que le distin­ gue» ( 53 ). Brillante ejemplo de esa caridad lo dio en su comportamiento con los sacerdotes y religiosos franceses huidos de su patria, cuya suerte le preocupó sobremanera y a quienes prestó solícitos cuidados y aten­ ciones ( 54 ). No hay para qué insistir en su ejemplaridad como religioso cuando así lo reconocen hasta los mismos que le denigraron, entre ellos el Padre Pablo de Callosa, que no duda en llamarle «gloria de la Capucha y el amado de Dios y de los hombres» ( 55 ). Y, entre las alabanzas que a su vez le tributa el Bto. Diego, le llama repetidas veces «insigne misionero, sabio de primer orden, varón religiosísimo y ejemplar, de mucho interior y de un espíritu de dulzura y celo extraordinario y singular» ( 56 ). Por otra parte el P. Santander que se comportó austero, duro y rígido consigo mismo, era todo dulzura para los demás, hasta el punto de ser esa una de las características de su oratoria, como lo reconoce Ferrer del Río, cuando así escribe: «En lenguas de ancianos que ni leer supieron, andan todavía los nombres popularísimos de Fr. Diego de Cádiz, que competía con Estella en pintar la vanidad del mundo, y de su compañero Fr. Miguel de Santander, que atraían a las gentes al asilo de la penitencia con la inefable dulzura de una madre que enseña al tierno hijo, cuya débil planta vacila, y le ofrece el ósculo de su boca, animándole para que salve la corta distancia que le separa de sus brazos» ( 57 ). 3 .—A la gloria de virtuoso y santo religioso añadió la de excelente predicador y celoso misionero. Ese fue el gran ideal de toda su vida, al que consagró por entero estudios, esfuerzos, energías y casi toda la actividad. Con razón pudo afirmar un paisano suyo que le oyó predicar: (52) Cartas familiares, 222. (53) Carta del Bto. Diego al editor del t. I de Doctrinas y sermones, ya citada. (54) Véanse las cartas al P. Provincial, obispo y gobernador de Zamora, etcétera ( Cartas familiares, 229-33). (55) Apuntaciones-Apología, 167. (56) Cartas del Bto. Diego al P. Francisco de Asís González, en Ubri- q u e , o. c., I, 142, y II, 38-39. (57) A n t o n io F e r r e r d e l Río, La oratoria sagrada en el siglo x v m , Ma­ drid 1853, 27.

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