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598 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA en 1755 tenía ya el título de Misionero apostólico y que en ese mismo año había sido electo Calificador del Santo Oficio de la Inquisición; también, que era teólogo de la Nunciatura y Examinador sinodal del arzobispado de Toledo, lo que deja suponer que igualmente predicó misio­ nes en bastantes pueblos de la dilatada diócesis toledana. El año 1757 se llama además Examinador sinodal del obispado de Salamanca. El actual prelado, D. José de Zorrilla de San Martín, que se distinguió por su amor a los Capuchinos, debía tener gran estima del Padre Valle; por orden de aquél publicó varias de sus obras. Los cen­ sores de la primera, Epinicio evangélico, PP. Juan de Soria, misionero apostólico, y Manuel de Salamanca, ambos capuchinos, dicen que el Padre Valle merecía toda alabanza por su celo de la salvación de las almas, agregando que los predicadores hallarían en ella «instrucciones apostólicas para predicar como Dios quiere, y disponer sus sermones con aquel juicio que del buen orador dijo David». Coincidiendo en los mismos elogios el mercedario P. Antonio Gutiérrez, catedrático de Salamanca, afirma: «Alabo el celo, el trabajo, la doctrina y la piedad del autor, tan conocido como celebrado siempre por su oratoria y religiosidad en este salmantino pueblo» (24). Su modo de predicar no estuvo contaminado con el mal gusto de la época, ni fue conceptista ni gerundiano ni siquiera florido, como él mis­ mo reconoce, afirmando que nunca lo utilizó ni en Salamanca, ni en la corte, ni en otros sitios, sino que su único ideal fue buscar la salvación de las almas y fomentar la piedad, lo mismo que buscaba y pretendía al imprimir sus libros (25). Aparte de eso, según juicio de otros misioneros, «no son sus voces como las de algunos oradores, tan tibios y poco fervo­ rosos, que hacen parecer muertas las más vivas del Señor» (26). Y es que su oratoria respondía en un todo a su vida austera y penitente, como lo reconoce el franciscano P. Juan Valcarce: «Para predicar así — dice— es como forzado hacer una vida tan austera como de un capuchino, desaforado de todo lo humano, sin más políticas del mundo que éstas del celo: Pecador, si no te arrepientes, te condenas» (27). Así debía predicar el P. Valle y así lo reflejan sus obras «ya lamentándose de los pecadores que con dureza de corazón se obstinan en sus maldades, ya cantándoles algunos versos de alegría espiritual para los que se aprove­ chasen de su místico acento, y ya en fin representándoles melancólicos ayes de su irremediable perdición, si llegan a ser réprobos» (28). (24) Aprobación del mismo, Salamanca, 18 noviembre 1745, dada al primer tomo, f. 7r. (25) Así lo manifiesta y escribe en el prólogo del primer tomo de Epinicio evangélico. (26) Así lo dicen los censores Capuchinos PP. Matías de Soria y Eugenio de Sieteiglesias, convento de Salamanca, 10 septiembre 1756 (Epinicio evan­ gélico, 111, Salamanca 1757, ff. 9-14). (27) Ibid., ff. 15-16. (28) Son palabras de los PP. Soria y Sieteiglesias, 1. c.

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