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CAP ITULO XVI I M i s i o n e r o s m á s d e s t a c a d o s 1. P. Manuel de Jaén: vida, predicación y escritos. — 2. P. Fidel del Valle: actividad apostólica, libros impresos. — 3. Misioneros de Toro: Padres Juan de Zamora, Eugenio de Sieteiglesias, Isidoro de Fermo- selle, Joaquín de Portillo, Miguel de Santander. — 4. PP. Pablo de Muriel y Fidel de Segovia. — 5. Otros nombres. En la primera parte hemos hecho mención de numerosos predicadores que se distinguieron particularmente en el apostolado de las misiones populares; no pocos de ellos eran acreedores a que en capítulo especial se hiciesen resaltar sus méritos. Ante la imposibilidad de hacerlo así, anotamos los que a esa gloria y ministerio juntaron otras actividades importantes en diversos campos. De varios más nos ocuparemos con detenimiento en capítulos posteriores. 1.— Comenzamos por el P. Manuel de Jaén, al que consideramos como uno de los misioneros de mayor personalidad en el primer tercio del siglo x v i i i . Su nacimiento tuvo lugar más propiamente en la villa de Bailén, el 6 de abril de 1676, recibiendo en el bautismo el nombre de Pedro Manuel Villarejo. Pasados los primeros años en suma inocencia, fue admitido luego entre los familiares o pajes del obispo de Cádiz, tan ilustre por su virtud como por su ciencia, D. José de Barcia (1). De éste conservó siempre un recuerdo imborrable, lleno de respeto y veneración, llamándole «mi señor», «mi venerable señor, ejemplar de obispos», «aquel incomparable varón y gran sacerdote y obispo, mi venerable señor D. José de Barcia» (2). También estuvo de familiar con el arzobispo de Tole­ do, Sr. Valero, cuyo servicio dejó para entrar capuchino (3). Contaba 21 años al tomar el hábito en Alcalá el 4 de junio de 1697; en mayo de 1704 recibió la ordenación sacerdotal (4). (1) La mayor parte de los datos biográficos los tomamos de: «Noticia de la ejemplar vida del venerable siervo de Dios Fray Manuel de Jaén, Capuchino y misionero apostólico», que se encuentra com o introducción a su obra: Instruc­ ción útilísima y fácil para confesar..., en las ediciones posteriores a su falle­ cimiento. (2) Así le llama, por ejemplo, en: Instrucción, Madrid 1804, 196, y en la otra obra: Remedio universal de la perdición del mundo, Madrid 1783, 261, 280. (3) Así lo dice Pedro R oboredo en la dedicatoria de la segunda edición de la Instrucción..., Madrid 1721, f. 2. (4) Necrologio, 28; V A , 77. 38

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