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existente por medio de la visita y conocedor de los buenos deseos que animaban a muchos religiosos, tenía el propósito, a su regreso a Roma, de pedir al Papa mandase en todos los Capítulos provinciales se ofreciesen uno o más conventos a los que tuviesen tales deseos y aspiraciones. Su ejemplo cundiría insensiblemente e invitaría a otros a imitarlos (69). Una variante singular de esos conventos de retiro, coronada por el más rotundo éxito, fueron los llamados Colegios o Seminarios de Misio­ neros que el P. Colindres estableció en varias provincias españolas, a los que dio estatutos propios; el de Sanlúcar de Barrameda, en la de Anda­ lucía, el de Monóvar para la de Valencia y el de Toro para la de Castilla (70). Sin hacer resaltar otros pormenores, podemos afirmar con pleno conocimiento de causa que esos tres Colegios establecidos por el P. Colindres y los que más tarde y a su imitación se fundaron con los mismos ideales en las otras provincias españolas (71), fueron efec­ tivamente centros de la más pura observancia regular, de retiro, de pobre­ za, de asiduo estudio y de casi continua predicación, sobre todo de misiones populares. De ellos salieron los mejores misioneros que la Orden tuvo en España a partir de su fundación y hasta la exclaustra­ ción de 1836. Terminamos asentando que para llevar a cabo esa observancia regular y estricta que el P. Colindres intentó implantar en todas partes, fue de suma eficacia el propio ejemplo. El fue acabado modelo de la misma y la llevó en su persona a punta de lanza, sin dispensarse nunca los ayunos, asistiendo a todos los actos de comunidad día y noche, aun en tiempo de visita, haciendo los viajes siempre a pie, en invierno y en verano, a pesar de su delicada salud y enfermedad del reuma, no obstante tener dis­ pensa del Papa para ir a caballo. No es de extrañar, pues, que, al llegar a Viena en los primeros días de abril de 1766, se encontrase del todo agotado, víctima de varias enfermedades y dolores que arruinaron su salud y terminaron con la vida el 7 de junio (72). Los funerales revis­ tieron solemnidad extraordinaria, siendo sepultado en la iglesia de Padres Capuchinos de aquella ciudad. En la lápida de su sepulcro se grabó un bello epitafio latino que es una concisa apología de su vida y virtudes. 6.— Resumirlas en pocas líneas resulta difícil y abrumador. Para lograr un cuadro completo de las mismas sería preciso copiar cuanto de él nos dejaron escrito sus mejores panegiristas, quienes a su vez le trata­ ron de cerca, convivieron con él y le conocieron a fondo; tales, entre EL P. COLINDRES, PRIMER ESPAÑOL GENERAL DE LA ORDEN 517 (69) L. de Z aragoza , 37. (70) Los estatutos dados para estos Colegios o Seminarios pueden verse en Bullarium, IX, 18-35. Cfr. también el extenso trabajo del P. Pobladura: Semi­ narios de Misioneros y Conventos de perfecta vida común, en Coll. Fr., 32 (1962). 271-309; 33 (1963), 23-81. (71) Cfr. mi estudio: Preparación apostólica de los jóvenes religiosos sacer­ dotes, en Naturaleza y Gracia, 9 (1962), 312. (72) Carta del P. Santurce, ya citada en nota 62.

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