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F IN DE LA GUERRA Y RESTABLECIM IENTO DE DISCRETOS 31 4 . Pero antes de cerrar la primera, y por tanto este capítulo, que­ remos exponer las actividades apostólicas y literarias desplegadas por los capuchinos de Castilla en los primeros veinticinco años del citado siglo. Una advertencia ante todo, y es que la provincia de Castilla no tuvo, por espacio de casi un siglo, ninguna misión entre infieles especialmente a ella encomendada; esa fue la realidad, aunque no faltaron religiosos que, llevados del celo por la conversión de aquéllos, se agregaron a las misiones de otras provincias españolas. En cambio, en ese lapso de tiem­ po fue muy intenso el apostolado de la predicación e igualmente nume­ rosos y sobresalientes los predicadores, sobre todo de misiones populares. Y viniendo a estos veinticinco años a que de modo particular nos concretamos, es cierto que fue esta época de inseguridad y revueltas; sin embargo, podemos dar los nombres de los siguientes, que se distin­ guieron por sus dotes oratorias: PP. Bernardino de Madrid, Pedro de Reinosa, Agustín de Nava del Rey, Miguel de Lima, Jerónimo de las Canarias, Ildefonso de Alcaraz, Miguel de Valladolid, Diego de Madrid y Rafael de Loyola, todos los cuales o tenían ya antes el título de Predi­ cador del rey, o les fue concedido en estos años. A esos hemos de agregar también otros, como los PP. Agustín de Oviedo, Luis de Miedes, José de Illescas, Isidro de Lozoya, Isidoro de Cantalapiedra y Pedro de Reinosa. Bastantes de los nombrados sobresalieron también como ilustres mi­ sioneros; además tenemos que agregar los siguientes, que se distinguie­ ron especialmente por la predicación de misiones populares: PP. José de Valderas, Manuel de Atienza, Francisco de Esquivias, Agustín de Liébana, Francisco de Maderuelo, Matías de Zuaza, Esteban de Pas­ trana, Felipe de Villarejo, Jerónimo de Zarzosa, Rafael de Pinto, Félix de Alamín y Manuel de Jaén. A estos cinco últimos se les concedió además el título de Misonero apostólico, como también a los PP. Ra­ fael de Loyola e Isidro de Lozoya ( 37 ). Hemos de lamentar, sin embargo, que en esos años comenzó a experimentarse un cambio notable en la oratoria española, una tendencia exagerada hacia las expresiones rebuscadas y conceptistas, estilo ampu­ loso y lleno de mitologías y citas de autores antiguos, que presto dege­ neraría aún más y sería conocido en nuestra literatura con el apelativo de «gerundianismo». Hay que confesar que, por desgracia, tampoco se vieron libres de ese defecto nuestros predicadores de esta época, como en su lugar haremos notar. (37) VA, 177-8. Todos ellos son muy alabados, como predicadores excelentes, en la traducción de la Vida de San Félix de Cantálicio, por el P. Angel María de Rosi, O. F. M. Cap., Salamanca 1719, 310-17, donde se describen las fiestas de la traslación del Santísimo a la nueva iglesia de San Antonio, en 1716, y asimismo en la: Carta que un Religioso Capuchino escribe a un Doctor Prebendado con individual relación de la festiva traslación y fiestas de San Antonio de Padua comenzadas a 22 de noviembre y continuadas hasta 15 de diciembre de 1716, Madrid, 1716.

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