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478 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA en paz y yo me quedé con mi Padre León, al que no quise soltar de mi lado hasta después de tres meses de convalecido». A lo anterior añade: «Hame concedido la bizarra pobreza y la extremada piedad de los R R . PP. Definidores capuchinos de las dos Castillas una celda en el convento de Salamanca, donde me meto a temporadas a divertirme y a guardarme de los ociosos, de los porfiados, de los zalameros, los petar­ distas y otros moscones, que andan con un zumbido descomunal plagan­ do de aturdimientos, enojos y majaderías las ciudades y sus ocupados habitantes. Tengo también en una de las capillas de su iglesia el hoyo que ha de recoger mis zangarrones» (7 1 ). Por último se expresa así en el pronóstico para el año 1746: «Con mucha anticipación procuré examinar mi conciencia y prepararme para la jornada, porque, aunque tan bribón, me precio de cristiano viejo, sin ceder a nadie este punto, hallando todo mi consuelo en la asistencia y caritativos consejos de los RR . PP. Capu­ chinos a quienes venero con toda mi alma» (72 ). En esa bella página de Torres V illa rroe l queremos ver reflejada y des­ crita la personalidad del Capuchino en su actividad apostólica de confe­ sar, visitar y consolar a enfermos y asistir a moribundos, que formó una parte importante de su quehacer diario en el casi siglo y medio que historiamos. (71) Cfr.: Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del Doctor D. Diego de Torres Villarroel, por él mismo, en Obras, t. X V , Madrid 1799, 167, 184 y 207. No resistimos a copiar la descripción que hace del mencionado religioso. Dice que los médicos dieron orden de que el P. León se retirara de su lado «aseguran­ do que su semblante, su virtud y predicación producían y aumentaban mis ago­ nías y mis amargas cavilaciones... El pobre religioso es cierto que tiene una figura estrujada, cetrina, grave y pavorosa, y un semblante ceniciento, aterido y ofuscado con el pelambre mantecoso y desvaído de su barba, a cuyo aspecto añadían suplicados terrores las broncas oscuridades del sayal y la negra gruta de su capuz sombrío y caudaloso; teníalo regularmente empinado y escondidas las manos en los adustos boquerones de las mangas, de m odo que parecía un Ma­ cario penitente, que respiraba muertes y eternidades por todas sus ojeadas, cuyun- turas y movimientos; pero com o estaba familiarizado con su rostro, su vestido y su conversación, me producía muchos consuelos aquel vulto que sería a otros formidable» (i ibíd., 184). (72) Obras, t. X I, Madrid 1798, 22. D ice en otra parte (ibíd., p. 155): «Con la licencia de los RR. PP. Definidores de Capuchinos de las dos Castillas he la­ brado desde las zanjas hasta las tejas una capilla dedicada a Jesús Nazareno y dentro de ella veintidós entierros, de los que me ha concedido la bizarra pobreza de estos mortificadísimos varones los cuatro más anchos para esconder mis hue­ sos, los de mis hermanas y sobrina.» En su testamento dispuso efectivamente ser enterrado en dicha capilla, que más tarde se llamó de la Divina Pastora (C fr José de Lamana y B en eite, El ascetismo de Don Diego de Torres Villarroel, Ma­ drid, 1912, y A n to n io G a r c ía B oiza, Don Diego de Villarroel; ensayo biográfico, Salamanca, 1911).

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