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PREDICACIÓN DE M ISIONES 457 diantes de las mejores voces iban cantando el Rosario, y los misioneros de cuando en cuando decían saetillas que servían juntamente de anuncio a la misión. Esto mismo se repetía cuando, terminada la predicación en una iglesia, se daba comienzo en otra (15 ). Además, durante los días de la misión y con ese mismo objetivo de servir de anuncio a los fieles, los misioneros salían de su convento o de la casa donde se hospedaban para dirigirse a la iglesia donde tenían la predicación, yendo acompañados procesionalmente por niños, cantando coplas o cánticos de misión. La experiencia les había enseñado, como dice el P. Isidoro de Fermoselle en 1768 al arzobispo de Toledo, que los días que así se hacía «asisten más oyentes y que éstos faltan y faltarán más en la presente misión (Toledo), faltando aquella especie de convocatoria» (16). Las saetillas no sólo las pronunciaba el misionero en esa procesión que se repetía todos los días sino también luego, al terminar el sermón. Estuvieron muy en uso de tal modo que varios célebres misioneros nos han dejado buena colección de ellas (1 7 ). Sin poder concretar con mayores pormenores el desarrollo de la misión, ésta tenía lugar sólo por la tarde y, a juzgar por varios carteles anunciadores, se iniciaba a las tres y media la explicación de la doctrina, y a las cuatro tenía lugar el sermón (18). Para darse perfecta cuenta del fondo y contenido de esas doctrinas y sermones, basta hojear los que a tal propósito compuso y publicó el P. Miguel de Santander y que sirvieron de modelo a no pocos predicadores. Los temas tratados en unas y otros eran los clásicos hasta ahora: verdades eternas, mandamientos, obligaciones propias y recepción de sacramentos, sobre todo de la confe­ sión. La duración de los mismos no se señalaba ni siquiera como norma en el Ceremonial seráfico: sólo hacía a los predicadores esta breve amo­ nestación: «No sea largo en los sermones a no ser de misión» (19). 5.— Uno de los actos que en todas las misiones revestían particular solemnidad era el V iacrucis, ejercicio penitencial y medio utilizado para mover las gentes al arrepentimiento de sus culpas. Se comenzaba en la (15) VA , 478. (16) Carta del P. Isidoro de Fermoselle al Cardenal, abril de 1768; sin em­ bargo a éste no le pareció bien «por no hacer novedad» (Arch. Arz. de Tole­ do, leg. 262). (17) Así el P. Carabantes, en su obra Práctica de misiones, León 1674, 145-150, pone bastantes que podrían utilizar los misioneros en su predicación. También el P. Fidel del Valle, en su librito Arpón místico, y asimismo el P. A jofrín, en su curioso manuscrito de la BN, 3967, que formaba parte de su colección particular «T olle et lege». (18) En los carteles anunciadores se decía: «Todas las tardes, desde las tres y media, comienza la explicación de la doctrina y después hay sermón.» Por eso decía el P. Fermoselle en la carta arriba citada que la procesión se debía comen­ zar a los dos y media, partiendo del convento de Capuchinos, próximo al Alcá­ zar, hasta la catedral, yendo los niños cantando coplas a Jesús y María. En los primeros carteles se añadía: «Es menester asistir a tres o cuatro doc­ trinas para ganar los jubileos, el uno para la vida y el otro para la muerte.» (19) Ceremonial seráfico, II, 273.

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