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C A P I T U L O V I I P r e d ic a c ió n d e m is io n e s 1. Importancia dada a este apostolado. — 2. Preparación de los misio­ neros. — 3. Método de misionar. — 4. Organización de una misión .— 5. Ejercicios piadosos durante ella. — 6. Medios de hacer permanente el fruto. — 7. Exitos conseguidos. — 8. Misioneros más esclarecidos. 1.— Va este capítulo dedicado muy particularmente al ministerio apostólico de las misiones, siempre dentro del marco histórico que abarca este segundo tomo de nuestra historia, 1701 a 1836. A ese respecto es preciso afirmar una vez más que durante la p ri­ mera mitad del siglo x vm , por las razones apuntadas en el capítulo pre­ cedente, se dio preferencia en la provincia de Castilla a la predicación de sermones más bien que a la de misiones. Aquella actividad misional que se advierte a fines del siglo anterior y que aun continuó algunos años, fue disminuyendo notablemente debido a los conflictos y consecuencias de la guerra de sucesión, que se dejaron sentir hasta 1715 y aun algo después. Desde esas fechas hasta casi 1760 se nota en los predicadores una gran preferencia por los sermones sueltos, de compromiso o de circunstancias, en los que podía tener más lugar el lucimiento, la oratoria pomposa y florida, las expresiones rebuscadas y culteranas, las fábulas y mitologías tan propias y en boga conforme al gusto de la época. Con eso no queremos decir que faltaran en esos años, es decir, hasta 1760, excelentes misioneros, como fueron, entre otros, los PP. Manuel de Jaén y Fidel del Valle, sí sólo anotar que escasearon y que la corriente de la predicación se desvió mucho más hacia el otro género de oratoria. Pasado ese bache y superada aquella crisis misional, se advierte posterior­ mente una preponderancia grande de la predicación de misiones, debido sin duda a la influencia del Seminario de Toro y a cuantos en él se formaron. La importancia de las misiones la ponderaba el P. Manuel de Jaén, recogiendo las enseñanzas de su larga vida de predicador, cuando, acon­ sejando a los obispos, les decía que los visitadores por ellos enviados a los pueblos eran útiles y eficaces, pero que para remediar los des­ órdenes existentes había «otro remedio más eficaz, los misioneros. Y así yo con profundo sentimiento, puesto de rodillas y besándoles los pies, les pido me perdonen y disimulen que hable en su presencia para hacerles una súplica o propuesta, a fin de aliviarles y descargarles en mucha parte del gravísimo peso que tienen sobre sí, y es que procuren fomentar

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