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450 LA PROVINCIA DE FF. MM . CAPUCHINOS DE CASTILLA con gran frecuencia y a lo largo del año ejercían el ministerio apostólico de anunciar la divina palabra. Lo que corroboran las palabras del Padre Isidoro de Fermoselle, al afirmar en 1775 que en los conventos de Castilla había muchos religiosos «que predican con gran frecuencia, a veces dos y tres sermones en el día, saliendo por más de setenta en la cuaresma y, a proporción, en el resto del año» (23). 6.— Después de lo expuesto, poco podemos agregar sobre lo que era la predicación de los Capuchinos en el tiempo que historiamos. No pocas cosas, referentes a la misma, quedan indicadas también en varios capí­ tulos de la primera parte. Por eso sólo diremos algo sobre el modo de comportarse al pronunciar sus sermones, por ofrecer algún interés y como dato curioso. A este respecto el Ceremonial seráfico recoge bastantes nor­ mas, indicando muy al por menor cuanto el predicador debía hacer. A l subir al púlpito y por primera medida, se pondría el capucho y seguida­ mente metería las manos en las mangas, y en esta actitud esperaría a que la gente se sentase. Luego quitaría el capucho comenzando su sermón con la salutación tan en uso y de origen capuchino: Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento, etc.; a continuación se presignaba, proponía el texto y comenzaba el exordio en tono regular. Concluido, rezaba el Avemaria de rodillas; en pie de nuevo, se calaba el capucho, vo lvía a meter las manos en las mangas y recitaba segunda vez el texto del sermón; apenas pronunciadas las primeras palabras del mismo, se qui­ taba el capucho y, si estaba el Santísimo expuesto, saludaba diciendo: Con vuestra licencia, soberano Señor Sacramentado; hecho esto, conti­ nuaba su oración sagrada. Sobre las cualidades que ésta debía tener, se prescribía en el mencionado Ceremonial: «No sea largo en los sermo­ nes, a no ser de misión, que así lo quiere N. S. P. S. Francisco en su Regla. E l estilo ha de ser claro y natural, no afectado ni culto, pues quita la energía a la palabra divina, y en un predicador penitente parece­ rá muy mal la vanidad y afectación. Predique más a Cristo que a sí mismo, y con tal fervor que se eche de ver busca el provecho de las almas y no el aplauso propio» (24). Fuera de las dichas, no encontramos otras reglas concretas y minu­ ciosas que nos digan cómo era y se tenía la predicación capuchina. Por lo que se refiere a las misiones, tenemos otros pormenores que luego expondremos. Entonces será también ocasión oportuna de hacer otras observaciones en relación con el tema que nos ocupa. 7.— Terminamos el capítulo, dedicado a la predicación principalmente en el siglo x vm , haciendo una breve referencia a los privilegios y exen­ ciones de los predicadores. En cuanto a lo primero, es decir, los p rivile­ gios, hay que hacer notar que el Ceremonial seráfico ni los menciona ni (23) P. Isidoro de Fermoselle en su Respuesta al P. Joaquín de Soria sobre el establecimiento de la vida común en el convento de El Pardo (1755), ms., nota al núm. 54 (APC, 33/84). (24) Ceremonial seráfico, II, 271-3.

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