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448 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA ticas, que no eran otra cosa sino tremenda y descarada profanación del pulpito. Con lo que, aparte de otros medios, concurrieron eficazmente a la reforma de la predicación. Además, tales Seminarios, al mismo tiempo que fueron centros de capacitación y formación para el personal que allí había, sirvieron juntamente de reforma para cuantos religiosos se dedi­ caban a la predicación y que residían en otros conventos. No obstante lo expuesto, reconocemos de buen grado que, entre los predicadores de Castilla, hubo quienes, llevados de esos defectos reinantes y del ambiente, cayeron lamentablemente en el gerundianismo. De todos modos para juzgarlos y enjuiciar su proceder, no hemos de hacerlo sólo mirando la época en que uno vive, sino aquella en que ellos ejercieron su ministerio apostólico, teniendo en cuenta que era muy d ifíc il v iv ir enteramente libre sin contaminaciones del ambiente que se respiraba, mucho más cuando el público se mostraba propicio y hasta aplaudía tal clase de predicación. Por otra parte no fueron los Capuchinos los que más abusivamente se dejaron llevar de tales defectos. A sí, por ejemplo, el P. Pablo Fidel de Burgos es quizás uno de los que más destacó por su culteranismo, cita de autores antiguos y profanos, así como exagerada interpretación de enigmas, fábulas y leyendas, pero eso sólo en el exordio de sus sermones; luego en el fondo de los mismos hay siempre párrafos brillantes de oratoria moderada y sobre todo de enseñanzas doctrinales y consecuencias prácticas. Su predicación tuvo gran aceptación en la corte y fue por bastantes años predicador del rey. Menos culterano fue su contemporáneo el P. Diego de Madrid, de quien se imprimieron no menos de seis gruesos volúmenes de sermones, más que suficientes para juzgar de su oratoria. No puede alabarse por encontrarse en él aquellos defectos tan comunes a los oradores sagrados en tal época; a pesar de eso también se hallan con frecuencia párrafos y páginas de contenido muy doctrinal y práctico, que no podía presu­ mirse. Su oratoria fue asimismo muy seguida y apreciada en la corte donde se distinguió además por su vida ejemplar. D isfrutó por más de treinta años el título de predicador del rey. Aun con tales defectos que no fueron ni con mucho generales, hubo entre los Capuchinos castellanos numerosos y excelentes predicadores a lo largo del siglo x vm , y en aquella misma época en que estaba de moda el gerundianismo. Vaya, entre otros, el testimonio del P. Guardian del convento de Toro, Isid ro de Valladolid, quien, al aceptar en 1720 el compromiso de predicar la cuaresma, adviento y Semana Santa en determinado pueblo, alternando con religiosos de otras Ordenes, decía: «En cuanto a elegir predicador, esta comunidad entra siempre con repug­ nancia en estas propuestas, pues acá se tiene gran cuidado en m irar por el crédito del hábito, y después que vaya quien cumpla... Pero está bien que vengan los señores diputados a tratar con el P. Guardian en orden al predicador, que siempre procurará darles gusto» (20). (20) Carta del P. Isidro de Valladolid, Toro, 20 diciembre 1720 (APC, 28/128).

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