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Adelantándose más de diez años al P. Isla, comentaba el P. Provincial lerónimo de Salamanca, tan docto como ejemplar, en sus ordenaciones de 1745: «E l sacar en el pulpito un Capuchino pañuelo blanco, no se hace por necesidad prudente sino por vanidad y ventolera indigna. Lo advierten, lo admiran y aun lo censuran los seglares, y a los religiosos es materia de murmuración y escándalo... Y así pedimos a los predica­ dores, por D ios, se abstengan de singularidades vanas, que no les añaden crédito y les acarrean justísimas censuras de relajados; y, al que prosi­ guiese en estas presunciones y altanerías, despreciando nuestra caritativa amonestación, aplicaremos la medicina del castigo» (1 7 ). Y en eso mismo insistía otro P rovincial, el P. Juan del Corral, en 1758, prohibiendo los pañuelos blancos de algodón, que algunos usaban «para ponerlos al borde del pulpito cuando predican, lo que es relajación que causa notable desedificación al auditorio» (18). Para corregir esos abusos y defectos y yendo más al fondo de los sermones, otro superior de Castilla, el P. Fidel de Tortuera, advertía a los predicadores en 1759: «Que prediquen a Cristo crucificado y no a sí mismos», y, dando normas concretas, agregaba: «En todo sermón, sea panegírico, sea moral, expliquen en la salutación un tiempo de doc­ trina, o sea de doctrina toda la oración, y sea de modo que todos los oyentes puedan entenderla.» Con eso quería indicar que en el exordio de toda predicación se explicase un punto de doctrina; así indirecta­ mente remediaba los defectos de aquella predicación enigmática, de mito­ logías y fábulas, que por desgracia continuaba utilizándose. Y en esas mismas ordenaciones exhortaba a los misoneros a «continuar un minis­ terio tan santo y tan propio de los Capuchinos», y al propio tiempo a los superiores a que promoviesen «cuanto les fuere posible este apostólico ministerio, ordenando no les ocupasen «desde Todos los Santos hasta la Resurrección en otros sermones, si no es que esa en alguna Semana Santa, a la que no es razón se nieguen los misioneros» (19). Precisamente para que toda la predicación fuese bien orientada y cuan­ tos se dedicasen al ministerio de anunciar la palabra divina, particu­ larmente por medio de misiones, tuviesen adecuada preparación intelec­ tual y literaria, se proyectó por el mencionado P. Tortuera en 1761 la creación de un Seminario de misiones, lo que tuvo feliz realización cuatro años después en Toro. Con idéntica finalidad fue planeado otro por el Padre Reinosa y con el mismo objetivo se estableció el de La Habana. Con esos medios un tanto extraordinarios, con repetidas llamadas y exhor­ taciones, quitando abusos y corrigiendo defectos, es como los superiores de Castilla trataron de evitar aquel desmedido afán de novedades, aquella reprobable moda de palabras, giros y expresiones conceptistas y enigmá- LA PREDICACIÓN EN CASTILLA LOS AÑOS 1701 A 1836 447 (17) Ordenaciones y apuntamientos hechos y mandados publicar por nues­ tro M. R. P. Provincial y RR. PP. Definidores, 7 mayo 1745 (APC, 6/15). (18) Apuntamientos hechos y mandados publicar..., 7 abril 1758 (APC, 6/18). (19) Apuntamientos hechos y mandados publicar..., 10 noviembre 1759 (APC , 6/19).

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