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446 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA Algo parecido a esos Colegios de Misioneros, el de Toro y el proyec­ tado por el P. Reinosa, fue el fundado en La Habana, a donde llegaron los primeros capuchinos castellanos en 1784. Este Colegio tuvo mayor parecido con el de Toro, pero también en él se efectuaban estudios espe­ ciales de preparación de cuantos se dedicarían en adelante en la Perla de las Antillas así a la predicación de misiones como de diversos sermo­ nes y al ejercicio de otras clases de apostolado y ministerios (16). No bajamos a más pormenores y sólo resaltamos que machaconamente los superiores provinciales fueron repitiendo, a través de las ordena­ ciones capitulares, la necesidad de que los predicadores cumpliesen cabalmente con su deber; al mismo tiempo llaman la atención con fuertes expresiones para corregir los defectos que se cometían en la proclama­ ción de la divina palabra. Castilla tuvo desde 1774 un loable Ceremonial, donde se daban nor­ mas muy precisas y minuciosas acerca de las observancias conventuales, comportamiento de los religiosos en sus cargos y oficios, incluso de los confesores y predicadores; pero no se especifican en él, como parecía natural, las asignaturas, entre ellas la Elocuencia o Retórica, que se cur­ saban al propio tiempo que la filosofía y teología, aunque van indicadas de algún modo en las ordenaciones de los superiores arriba consignadas. 3.— Hemos hecho observar en otro capítulo que, generalmente hablan­ do, en la primera mitad del siglo x vm prevaleció en la provincia de Castilla, sobre la predicación de misiones, la de panegíricos y de otros sermones sueltos. Obedeció sin duda a que en ese tiempo fue cuando tuvo más relieve e incluso estima el mal gusto literario, que se infiltró con facilidad en los predicadores, teniendo muy honda repercusión en el pùlpito y en toda clase de oraciones sagradas. La existencia de esa predi­ cación ampulosa, conceptista y gerundiana, aun en la provincia de Castilla, no puede negarse en manera alguna, como tampoco el hecho de que la predicación de tales sermones tuvo preferencia, o al menos prevaleció, sobre otros de más fondo, morales o de misión. Lo confirman los sermones impresos que nos han dejado los predicadores de esa media centuria del x vm , como las palabras del P. Fidel de Tortuera, que luego citaremos, son fehaciente testimonio de la preferencia dada a esa predi­ cación sobre la de misiones. Hay que reconocer que también los predicadores capuchinos, sin exceptuar los de Castilla, pagaron tributo a ese modo de predicar tan ridículo, culterano y conceptista y tan duramente fustigado y ridiculizado por el P. Isla en su Fray Gerundio de Campazas, cuyo primer tomo apa­ reció en Madrid en 1758. Pero al propio tiempo es forzoso afirmar que no faltaron entre esos mismos capuchinos castellanos quienes con valen­ tía saliesen al paso de tales defectos y abusos, tratando de corregirlos y exponiendo cómo debía ser anunciada la palabra divina. (16) Cfr. lo que dijimos en la primera parte sobre este Colegio de La Habana y mi artículo citado: Preparación apostólica, 314.

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