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436 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA terios conventuales; su contenido convidaba al recogimiento y a la refle­ xión. Muchas de esas piezas poéticas se debían al Hno. Fr. H ilarión de Plasencia, que había sido antes capitán de caballería y se llamó D . Juan Ortiz Ibarra (19). Otro medio de reavivar y conservar el fervor y la piedad fueron las devociones. Quizás la que más prendió entre los Capuchinos castellanos haya sido la profesada a la Pasión del Señor. Nos consta que en casi todos los conventos se veneró alguna imagen de Cristo crucificado o yacen­ te, de gran devoción en el pueblo, lo que sin duda influyó poderosa­ mente en los religiosos. No hay para qué decir nada respecto de la devoción profesada al Cristo yacente de E l Pardo, valioso regalo de Feli­ pe I I I , tanto por la corte y grandeza de España como por el pueblo madrileño y los circunvecinos. N i fue menos célebre y venerado el llamado Cristo de la Paciencia, al que se le dedicó una suntuosa capilla particular en la mencionada iglesia capuchina de Madrid; desde mediados del siglo x v i i hasta la exclaustración de 1836, se tuvieron en su honor cultos especiales todo el año, particularmente los viernes, y una novena solem­ nísima en el mes de septiembre. Procedía dicha imagen de la iglesia de San Antonio del Prado, donde era muy venerada y presidía en el coro los actos de la comunidad. Otro tanto se diga del bellísimo C rucifijo, de tamaño natural, que igualmente estuvo en el coro conventual de Toro y fue luego colocado en una capilla de la iglesia para satisfacer la devo­ ción de los fieles. Y no menos célebre y conocido fue el Cristo de la Salvación, que tuvo su capilla particular en la iglesia del Prado, cuya novena, compuesta por el P. Bernardino de Madrid, se reimprimió nume­ rosas veces tanto en España como fuera, sobre todo en Méjico (20). Esa misma devoción a la Pasión del Señor se manifestó entre los Capuchinos de Castilla por medio del ejercicio del V iacrucis, devoción que, como luego se dirá, propagaban los misioneros y practicaban inde­ fectiblemente en las misiones, haciéndolo con la máxima solemnidad. También los religiosos lo hacían en particular, y en las iglesias conven­ tuales se practicaba con especial culto. En 1751, debido a las gestiones efectuadas en Roma por el P. Colindres, Definidor general, se logró para los Capuchinos españoles el privilegio de erigir el V iacrucis en sus conventos y aun fuera de ellos, ganando todas las indulgencias que concedían los Franciscanos (21). Posteriormente se obtuvo esa misma (B. Academia de la Historia, 9/3417, tomo V de la colección del P. Ajofrín «Tolle et lege». (19) El curioso P. Ajofrín los recogió, al igual que otros muchos versos, coplas y cánticos, en uno de sus libros de la colección «T olle et lege», hecha por él, manuscrito que se conserva en la BN „ ms. 3967, pp 505-514. (20) La primera edición de esta novena lleva por título: Novena de la sal­ vación para los vivos y para los difuntos dedicada a la imagen del Cristo de la Salvación, Madrid, 1711. Hemos visto varios ejemplares en el A rchivo de los Duques de Medinaceli, Archivo Histórico, leg. 222, n. 76. (21) V A , 322. Aquí se advierte se consiguió gracias a la mediación de Fernando V I, pero sin duda las gestiones fueron hechas por el P. Colindres.

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