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R É G IM E N Y V ID A C O N V EN TU A L 4 0 7 dose notablemente, de tal modo que en algunos conventos se tenía como norma no tener los maitines a media noche los jueves y domingos, y en otros se pasaban meses sin rezarlos a esa hora. Tales abusos fueron cor­ tados radicalmente por el P. Colindres en las ordenaciones dadas en su primera visita a la provincia (52). Y , en su deseo de restablecer la obser­ vancia en toda su pureza, llegó a mandar que a los enfermos se les tratase con la mayor caridad pero que, si no se levantaban a maitines, sólo se les permitiese salir del convento una vez al mes, y todos cuantos no siguiesen la observancia del coro día y noche y en el refectorio la vida común, no fuesen elegidos Provinciales, ni Definidores, Custodios, Guardianes, Maestros de novicios ni Lectores (53). En conformidad con eso el Cere­ monial consignaba a tal propósito esta lacónica frase: «Entre los Capu­ chinos los maitines son siempre a media noche» (54). Algo parecido sucedió con la oración que se tenía también después de Laudes, a la misma hora que los Maitines. Bastantes religiosos se que­ daban sin hacerla por no asistir a coro, por enfermedad, dispensa, etc. Para evitar esos inconvenientes el P. Colindres ordenó a su vez que aquel tiempo de oración se tuviese por la mañana, de cinco a seis; para no asistir a ella, no admitió excusas de ninguna clase (55). No obstante lo que antecede, es cierto que debido a necesidades justas o aparentes, a dispensas más o menos razonables y a otras causas, la observancia regular como también la vida común y la pobreza se fueron resintiendo y hasta tenidas en menos. Como reacción en contra hubo en la provincia de Castilla, al igual que en otras de la Orden, algunos inten­ tos y esfuerzos dirigidos a la reforma de abusos en ese sentido. Se lleva­ ron a cabo en los conventos de Toro y de E l Pardo. Una vez más hemos de repetir, por lo que al primero se refiere, que, al establecer allí el Padre Colindres el Colegio de Misioneros, intentaba primera y principalmente organizar una comunidad en la que se guardase con el máximo rigor la Regla y Constituciones capuchinas, viviesen los religiosos en el mayor retiro y apartamiento del mundo y se llevase con perfección la vida común y estricta pobreza. Tales intenciones iban disimuladas bajo el as­ pecto de que cuantos de él formasen parte se dedicarían de lleno a la predicación de misiones. E l organizador efectivo y primer superior del Seminario de Toro fue el P. Juan de Zamora, el mismo que años más tarde logró establecer también en E l Pardo la perfecta vida común y la observancia de la pobre­ za capuchina, un tanto deficientes y quebrantadas por ciertos abusos que allí se venían cometiendo. No repetimos lo que en otra parte hemos expuesto latamente pero sí hacer constar que en los dos mencionados conventos se logró restaurar en pleno vigor la vida común, la observancia regular y la estricta pobreza, (52) Cfr. Ordenaciones dadas en 1763, n. 3. (53) Cfr. Compendio de las ordenaciones del P. Colindres, capítulos II y VII. (54) Ceremonial seráfico, I, 182. (55) Ordenaciones dadas a la provincia, 5 marzo 1764, n. 3 (APC, 9/32).

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