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370 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA tiempo mediatizaron casi el personal al dar facilidades para seculari­ zarse, al ofrecer pensiones a cuantos lo hiciesen, al no permitir ni novi­ ciados ni estudios, aparte de aquellos que en la contienda perdieron la vida por varios motivos. A eso se siguió que los religiosos, mal acos­ tumbrados con aquel género de vida obligado por las circunstancias, se mostraron remisos para regresar de nuevo al claustro y mucho más a someterse a la observancia regular y al yugo de la obediencia. Lo hicimos notar a su tiempo. También es forzoso afirmar que esos males y desórdenes se multiplicaron al sobrevenir los tres años de período constitucional; en ellos no fueron presiones extranjeras, sino las propias autoridades civiles españolas las que obligaron a suprimir conventos, cerrar noviciados, prohibiendo además tener Hermanos legos profesos y dando, por otra parte, facilidades para secularizarse, atribuyéndose facultades en este orden que en modo alguno podían estar en su mano. Además, en esos años se consiguieron numerosas dispensas por religio­ sos particulares: para usar ropas no permitidas o prohibidas por las leyes, para adquirir cosas no en conformidad con la pobreza, para ma­ nejar dinero o pecunia, etc. Cuando las cosas volvieron a su normalidad, fue muy difícil a los superiores hacer que los religiosos se reintegrasen a sus conventos, que viviesen ajustados a la observancia regular y a la estricta pobreza franciscana y que no pudieran valerse de las dispensas concedidas, no obstante que repetidas veces el Nuncio lo reclamó y declaró por nulas. Por otra parte, el mal estaba hecho, la relajación había cundido y es preciso confesar que ya no se volvió nunca a aquel rigor, normalidad y florecimiento que las Ordenes religiosas tenían al comienzo del siglo xix y sobre todo antes de 1790. A eso se agregó, por lo que a los Capuchinos españoles se refiere y de modo especial a los castellanos, las disputas y disensiones, las rebeldías y desobediencias entre superiores y súbditos por fútiles pre­ textos, cuyo origen habría que buscarlo en despreciables y bajas ambi­ ciones de mando. Comienzan al terminar la invasión francesa en contra del P. Mariano de Bernardos, Vicario general, y se prolongan hasta mediados de 1818; se renuevan a la muerte del P. Francisco de Solcha- ga, General de la Orden, en agosto de 1823, al ser luego nombrado Vicario general el P. Justo de Madrid, cuyo gobierno perdura casi hasta el Capítulo general de 1830, y se encienden de nuevo en esa fecha para extinguirse sólo con la exclaustración. Tales disputas, divisiones, faltas de acatamiento, desobediencias y ambiciones fueron cizaña, mala semilla, ocasión y apoyo para relajaciones de todos. Y no bajamos a otros pormenores por no recargar el cuadro de aquellos tristes años. A quien estudie a fondo la historia de las Ordenes religiosas a par­ tir de mediados del siglo xvm y muy particularmente desde la termina­ ción de la guerra de la Independencia, llegará a persuadirse de que la exclaustración y supresión de las mismas era fruta por desgracia dema­ siado madura. Si pretendiéramos señalar las causas, habría que buscar el origen más atrás y sus raíces bastante más profundas. Debería ponerse en pri

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