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COLEGIO DE MISIONEROS DE LA HABANA 2 1 5 se retirasen de allí los religiosos de otras Ordenes y también los Capu chinos no castellanos, sin lo cual — decía— «no puede establecerse un gobierno conveniente ni conservarse nuestros religiosos sin disturbios, disputas ni escándalos, como muestra la experiencia». De otro modo no podía existir unidad de gobierno, totalmente necesaria «para fijar y formar, como se ha deseado, aquel método de vida que han de observar los religiosos que pasan a estos destinos (Luisiana y Florida), para conciliar las obligaciones de su profesión con las de curas de almas, y que, quedando éstas asistidas en el pasto espiritual, no pierdan los pastores la representación y obras de religiosos». Por esa misma razón de unidad de gobierno pedía que el presidente de la residencia u hos picio de Nueva Orleáns fuese a la vez superior de todos los demás religiosos que estuviesen en aquellas provincias y juntamente el desig nado por el obispo como Vicario general, pues así aquéllos le estarían sujetos como curas de almas y en fuerza de su profesión. A lo expuesto añadía el P. Fermoselle una larga serie de disposiciones encaminadas a que los destinados a la Luisiana y Florida cumpliesen llenos de res ponsabilidad las obligaciones propias de su estado y del cargo que allí desempeñasen (19). Otro fallo importante del Reglamento fue el no determinar cómo debían ser enviados los religiosos para ese cargo de curas de almas en la Luisiana y Florida. Mientras el obispo de La Habana quería arro garse, entre otras cosas, ser él quien absolutamente y sin contar con el P. Prefecto enviase los religiosos que juzgase más aptos, el P. Fer moselle defendía que tal provisión se hiciese, al llegar el momento, en conformidad con las leyes del Patronato, es decir, que el Prefecto pre sentase tres religiosos aptos, de los que el capitán general de Cuba eligiese uno a quien luego el obispo diese la oportuna colación (20). Esto fue lo que, en general, se practicó. 4. Compleja resulta, según puede apreciarse por lo expuesto, la historia de este Colegio o Seminario de Misoneros de La Habana; intentaremos referirla brevemente agrupando los hechos en varios pun tos o apartados. En primer término se ofrece el sitio de su establecimiento. Queda dicho anteriormente que, llegados los religiosos a La Habana el 12 de junio de 1784, fueron alojados en el llamado Oratorio de San Felipe (19) Pueden verse las advertencias que el P. Fermoselle hace a este propó sito en las enunciadas «reflexiones», ff. 28-8. Desde luego se dio orden de que se volviesen a Cuba los Franciscanos Observantes que habían ido a la Luisiana a petición del obispo auxiliar P. Cirilo de Barcelona; en su lugar fue enviada en 1790 la expedición capitaneada por el P. Portillo. (20) Ibíd., f. 38. Hemos de hacer notar que sobre esos puntos tampoco el Consejo de Indias determinó taxativamente lo que debía hacerse. A tal respecto hay un informe del fiscal del Consejo, septiembre 1787, en que se dice que los Capuchinos, tanto de La Habana como de la Luisiana y Florida, estaban sujetos al P. Prefecto en todo menos en ser enviados a la Luisiana (AGI, Santo Domin go, 2273).
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