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192 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA mente, y que en este tiempo continuaba su actividad apostólica, impri­ miendo en 1761, en Murcia, la segunda edición de su obrita: Sobre el cómplice y el ayuno, llamándose «Calificador del Santo Oficio de la Inquisición, Teólogo consultor de la nunciatura, Examinador sinodal del arzobispado de Toledo y del obispado de Salamanca, predicador y mi­ sionero apostólico». En último término anotamos que el P. Urbano de Los Arcos fue elegido Guardián de El Pardo en la Congregación intermedia (24 de abril de 1767), y, no obstante que en abril de 1770 había cumplido ya su trienio y le tocaba cesar, fue sin embargo reelegido por haberle concedido dispensa el P. General a petición del Infante D. Luis y de otras personas de distinción porque ya antes de estas fechas era justa­ mente confesor de Su Alteza (18). 2. Es verdad que cuanto hemos expuesto se refiere en su mayor parte al apostolado de la predicación; con todo quiero parar aún más la atención sobre esto mismo, especialmente respecto a los años que historiamos, 1761 a 1776. Una vez más se verá y comprobará que los triunfos más resonantes y la gloria más señalada de los Capuchinos castellanos fueron en el terreno de la predicación, de modo particular, de misiones populares. Ya advertíamos que si hubo algunos años en este siglo xvm, singu­ larmente los comprendidos entre 1725 y 1755, en que se advierte una tendencia algo marcada por la predicación de sermones panegíricos, de honras fúnebres, etc., se nota, en cambio, a partir de 1755, una preponderancia netamente sobresaliente por las misiones populares; esto no quiere decir con todo que la otra predicación fuese dada de lado. Y desde luego en este género de oratoria y mucho más en la de misiones, no existía ya el mal gusto reinante y la afición al culteranismo y conceptismo, que se echa de ver en la predicación anterior. Síntoma de esto es que los PP. Provinciales no insisten tanto, al dar las orde­ naciones, en los defectos que los predicadores debían evitar en el pul­ pito, en su comportamiento al pronunciar los sermones, en que sólo había que predicar a Cristo crucificado, ni siquiera hacen referencia a la preparación adecuada que se debía dar a los jóvenes en ese punto; apenas se hace mención de todo esto, lo que da a entender que las cosas marchaban rectamente. La predicación fue, una vez más lo señalamos, la ocupación princi­ pal de la inmensa mayoría de los Padres que a ella dedicaban de lleno su actividad. No se trata, de momento, de las misiones, en que haremos a continuación hincapié; nos referimos a otras clases de predicación. Sobre esto tenemos el testimonio del P. Isidoro de Fermoselle, que, además de haber sido misionero en Toro, ocupó importantes cargos en la provincia y estaba bien informado de lo que pasaba. Afirma en 1775 que en los conventos de Castilla había muchos religiosos «que (18) VA , 457.

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