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EL SEMINARIO DE MISIONEROS DEL CONVENTO DE TORO 159 religioso para sostener la observancia regular, a lo que principalmente debía atenderse, no podía ser admitido. Por el contrario, debía ser admitido si, careciendo de tales cualidades para misionero, con su religiosidad y elevado espíritu podía mantener la observancia regular. Se advertía que los Padres que allí residiesen, si eran observantes y cumplían fielmente sus obligaciones, al igual que los Hermanos, cooperarían así grandemente al fruto de las misiones. Finalmente, se disponía que los PP. Guardián y Vicario fuesen elegidos de entre cuan­ tos constituían aquella comunidad conventual (art. 18). 5. Y para terminar este capítulo queremos añadir con honda satis­ facción que los planes y deseos del P. Colindres tuvieron plena realiza­ ción en este convento de Toro, convertido desde 1765 en Colegio o Seminario de Misioneros de la provincia de Castilla, de muy larga y gloriosa historia. En él se cumplió fiel y cabalmente la doble finalidad que le fue asignada: ser modelo ejemplarísimo de observancia regular y de estricta pobreza, y centro vigoroso y activísimo de predicación, sobre todo de misiones populares. En él fueron admitidos no sólo los Padres que deseaban guardar con la mayor exactitud la Regla y Constituciones capuchinas y dedi­ carse además de lleno al apostolado misional, sino también los Herma­ nos legos e incluso los Coristas que lo solicitaron, llevados de aquel ideal religioso. Por lo que a éstos se refiere, el P. Colindres era de opinión que deberían ser recibidos con preferencia los que saliesen inmediatamente del noviciado; así no tendrían resabios «y con el ejem­ plo y doctrina de esa comunidad — escribía en 1766 el P. Zamora— se radicarían en el espíritu, servirían mucho de alivio a los Padres en las oficinas, en el coro», etc., ya que rezarían devotamente el oficio divino aun cuando no quedasen en el convento más que tres o cuatro sacerdotes (35). Y así se hizo efectivamente, realizándose una última aspiración del P. Colindres: que los formados allí debidamente en la observancia regular y en la práctica de la más estrecha pobreza, mar­ chasen luego a otros conventos y, con su ejemplo, fuese cundiendo insensiblemente la reforma (36). Por lo demás, aquel Seminario fue no sólo centro de apostolado, sino juntamente semillero de misioneros; en él se formaron esclareci­ dos predicadores, elocuentes y ejemplares, que, aparte de convertir incontables almas, dar mucha gloria a la Orden y a la provincia, contri­ buyeron poderosa y eficazmente a la reforma del púlpito, en aquellos años en que tanto se necesitaba. Así lo testifica, y lo veremos más tarde, el P. Miguel de Santander, afirmando con toda verdad que de (35) Carta del P. Colindres, Bamberg, 20 enero 1766, ya citada. (36) Consta, por ejemplo, que en 1779 formaba parte de la comunidad de Toro el corista Fr. Antonio de Toro, que luego se ordenó de sacerdote; en 1780 estaba igualmente allí el corista Fr. Francisco de los Villares, y en 1797, Fr. Bal­ tasar de Consuegra, que más tarde recibieron el presbiterado (APC, 28/92, 28/ 126, y VA, 538).

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