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mo reglamento que dejó para el Seminario de Navarra. En él se man daba que el maestro nombrado por el Definitorio tendría sobre los coristas la misma autoridad que el maestro de novicios para con éstos; diariamente debería darles dos clases de latín, una por la mañana y otra por la tarde, e igualmente una conferencia espiritual todos los días, a la que asistirían a su vez los Hermanos de votos simples (21). Hay que confesar que la visita del P. Colindres a los religiosos españoles fue de suma trascendencia, así por cuanto respecta a las ordenaciones dadas como por haber establecido en ellas los Seminarios para coristas y sobre todo los Colegios o Seminarios de Misioneros. Fueron resultante del interés que el P. Colindres se tomó en recoger los fervorosos deseos y entusiastas anhelos de no pocos religiosos. En cuanto al de Toro, le dedicaremos luego un capítulo especial; ahora sólo advertimos que si el P. Colindres no quiso de momento, como sucedió con los de Sanlúcar y Monóvar, dar al tiempo de la visita el paso decisivo, esperó que las cosas estuviesen más en sazón y mien tras tanto preparó el terreno, encauzó aspiraciones, maduró proyectos y retocó planes para su erección definitiva, que fue en el Capítulo de octubre de 1765, estando él ya fuera de la provincia, y enviando las ordenaciones o estatutos especiales, que están firmados en Maguncia el 19 de noviembre del expresado año (22). Todo ello merece capítulo aparte. Ese hecho, del máximo interés para la historia del apostolado de la predicación en Castilla, tuvo lugar al cesar en su cargo el P. Manuel de La Calzada, que más tarde será uno de los más acérrimos defensores del mencionado Colegio de misioneros de Toro. Durante su provin- cialato merecen destacarse otros dos acontecimientos con los que cerra mos el presente capítulo. Es el primero, que a mediados de 1763 dos religiosos de Castilla, el P. Francisco de Ajofrín y Fr. Fermín de Olite, fueron destinados a Méjico por la Congregación de Propaganda Fide, con la finalidad de recoger allí limosnas para la misión capuchina del Tibet. Con auto rización del Nuncio y obediencia del P. Colindres salían de Madrid el 20 de julio del expresado año y llegaban el 23 de diciembre a la capital de Nueva España. Dedicado por entero a la tarea encomendada, recorrió el P. Ajofrín buena parte de Méjico hasta el mes de agosto de 1766, regresando a España y arribando en Madrid el 5 de octubre del siguiente año (23). Con el mismo interés realizó la cuestación Fray VIDA DE LA PROVINCIA DE CASTILLA EN LOS AÑOS 1759 A 1765 135 ( 21 ) Ibíd. (22) Estos estatutos pueden verse en Bullarium O. F. M. Cap., IX, Oenipon- te 1884, 30-35. En uno de los próximos capítulos expondremos las vicisitudes por que atravesó esta fundación del Seminario de Misioneros de Toro y las difi cultades con que tropezó el mismo P. Colindres para llevar adelante el proyecto. (23) Cfr. Diario del viaje que por orden de la Sagrada Congregación de Pro paganda Fide hizo a la América septentrional en el siglo XVIII el P. Fr. Fran cisco de Ajofrín, Capuchino, II, edición y notas del P. Buenaventura de Carro cera, capuchino Archivo Documental Español publicado por la Real Academia de la Historia, XIII, Madrid 1959, 284ss., en nota bibliográfica del P. Ajofrín.
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