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el P. Marquina, que si los predicadores tenían la culpa de aquellos sermones conceptistas, gerundianos y culteranos, aquélla recaía también muy principalmente en los oyentes que seguían y aplaudían a muchos oradores sagrados, que buscaban más el aura popular de los aplausos que el bien de las almas. Pero esa era la realidad. Sin embargo, tras la polvareda levantada con motivo y en torno de Fr. Gerundio, la Inquisición juzgó oportuno y prudente prohibir la obra del P. Isla. Y así, publicado el primer tomo en 1758, era puesto en el índice por la Inquisición española el 1 de septiembre de 1760. 5. No obstante lo expuesto, hemos de confesar que, aun existiendo tales deficiencias, los Capuchinos tuvieron en esos años, 1735 a 1761, numerosos y excelentes predicadores. No olvidemos que por algo en 1743 era la Orden que más religiosos tenía condecorados con el título de Predicadores del rey, según dijimos en otro lugar. Y puesto que también era la provincia de Castilla la que mayor número tenía, queremos recordar aquí brevemente los nombres de los que más fama gozaron, al menos de aquellos que nos dejaron impresos algunos de sus sermones. Está en primer término el P. Diego de Madrid, predicador de S. M. desde 1708 hasta 1746, en que murió. Nos ha dejado, además de varios otros sermones sueltos, tres tomos que llevan este título: Nada con voz y voz con ecos de nada, mas otros tres que asimismo tituló: El César o nada y por nada coronado César, San Félix de Cantalicio. Una y otra serie están formadas de sermones sobre los variados temas, que fueron predicados por el autor en distintas circunstancias, muy varias y comprometidas en su mayoría. A pesar de su estilo y del gusto de la época, no es ni tan conceptista ni tan gerundiano como a primera vista pudiera tenerse por el título puesto a sus seis tomos de sermones. Por otra parte, no deja de llamar nuestra atención que algunos de esos tomos hayan logrado segunda y hasta tercera impresión aun en vida del autor. De él nos ocuparemos en la segunda parte con más detención. Si fuéramos a juzgar a otros varios predicadores por el título de sus sermones, los tacharíamos igualmente de exagerados conceptistas y gerundianos, pero la realidad es que no lo son tanto en el fondo. Tal sucede, por ejemplo, con el P. Pablo Fidel de Burgos, de quien cono­ cemos impresos doce de sus sermones, pronunciados en circunstancias solemnes y excepcionales. Ostentó ya desde 1739 el título de Predicador del rey, y sin negar en modo alguno que su oratoria sea culterana y conceptista, gran parte de sus oraciones va dedicada a producir en el auditorio fruto práctico con sus exhortaciones. De él nos ocuparemos también en la segunda parte, enumerando al mismo tiempo otras pro­ ducciones literarias suyas. A los citados hay que agregar el nombre del P. Miguel de Cepeda, predicador de Felipe V desde 1728. Conocemos de él cuatro sermones 112 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA

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