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106 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA muy inferiores. En los expresados años 1735 a 1761 fue cuando los predicadores de Castilla se notan más influenciados por el mal gusto literario de la época: frases sonoras y vacías, citas de poetas y autores profanos, imágenes y comparaciones muchas veces ininteligibles, erudi­ ción pagana y mitológica, abuso excesivo de la metáfora, estilo forzado y artificioso, etc.; en una palabra, lo que en literatura suele denomi­ narse conceptismo, culteranismo y gerundianismo: que de todo eso adolecen, por desgracia, los predicadores de esos años. Y hay que confesar que en esos mismos vicios y defectos cayeron gran parte de los predicadores de Castilla, que en dichos años llevaban la palma de la fama. 4. Para comprobarlo basta leer los sermones o sermonarios de nuestros predicadores de entonces, sobre todo de los que sobresalieron tales años de 1735 a 1755, en que por cierto abundan los impresos, y nos persuadiremos de esa verdad, es decir, de la infiltración del culte­ ranismo y gerundianismo en gran parte de ellos. Por ser ese punto importante en la historia de la predicación de nuestra provincia, y por otras razones que luego apuntaremos, queremos tocar a renglón seguido esa cuestión. Y, en primer término: ¿contra quién o contra quiénes particular­ mente dirigía su sátira y diatribas el autor del famoso «Fr. Gerundio de Campazas»? Debe afirmarse que el P. Isla atacó, en general, en su fin­ gida historia a los malos predicadores: aquellos que en sus sermones se dejaban llevar por el mal gusto reinante; que más que otra cosa buscaban el propio lucimiento, la exhibición de conocimientos y de su cultura, sobre todo clásica; que abusaban de las metáforas difíciles de entender, de las mitologías, citas de poetas profanos, empleando luego un estilo rebuscado e ininteligible, períodos largos y sonoros, frases y palabras cadenciosas y rimbombantes. Pero lo que más admira es cómo era posible que tales predicadores tuvieran un auditorio tan asiduo y cosechasen tantos aplausos; más aún, que fuesen muy solici­ tados y ocupasen los mejores púlpitos, y sobre todo que las autoridades eclesiásticas permitiesen o tolerasen tantas ridiculeces como se hacían y decían desde la cátedra sagrada. A propósito de esto, ya el P. Provincial de Castilla, Jerónimo de Salamanca, decía amonestando a los predicadores en las ordenaciones de 1745: «El sacar en el púlpito un capuchino pañuelo blanco no se hace por necesidad prudente, sino por vanidad y ventolera indigna... Lo advierten, lo admiran y aun lo censuran los seglares y a los reli­ giosos es materia de murmuración y escándalo por no practicarse en España en donde vivimos. Y así, pedimos a los predicadores por Dios se abstengan de singularidades vanas, que no les añaden crédito y aca­ rrea justísimas censuras de relajados; y al que prosiguiese en esas pre­ sunciones y altanerías, despreciando nuestra caritativa amonestación, aplicaremos la medicina del castigo» (8). (8 ) C fr. las Ordenaciones dadas por el P. Salam anca y citadas en el capítulo an terio r (A P C , 6 /1 5 ).

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