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ACTIVIDADES DE MAYOR RELIEVE EN LOS AÑOS 1745-1761 105 el resto, según anotamos e iremos haciendo resaltar, la predicación. Es verdad que también se atendía al culto en nuestras iglesias y eran suma­ mente solícitos en cuidar de las Hermandades terciarias, así de las establecidas en las respectivas iglesias conventuales como de las otras de las distintas guardianías, yendo, por ejemplo, a confesar los tercia­ rios los sábados para el siguiente día hacer la función religiosa, en la que nunca faltaba la predicación. Para atender a las distintas Herman­ dades los superiores nombraban oportunamente un Padre, que se deno­ minaba Visitador (7). Sin embargo, repetimos una vez más, la actividad apostólica más importante, la más continua y, ¿por qué no decirlo?, la más gloriosa para los capuchinos castellanos fue, a no dudarlo, la pre­ dicación, toda clase de predicación. Cierto que no tenemos datos sobreabundantes de todos los conven­ tos por las respectivas crónicas, que por desgracia han desaparecido en su totalidad; pero podemos deducirlos por notas sueltas y esporá­ dicas que hemos ido encontrando casi a salto de mata en diversos archivos y documentos. Claro está que en ellas se refleja principalmente la predicación más solemne y de mayor duración, como novenas, mi­ siones, cuaresmas, etc.; de todos modos, son indicadores elocuentes de lo que en otros sitios y conventos tenía lugar. Así, por ejemplo, el archivo arzobispal de Toledo, diócesis que en el siglo xvm tenía una enorme extensión territorial, es una buena fuente de datos y un expo­ nente de lo que afirmamos. Los registros de los distintos arzobispos que ocuparon la sede toledana están llenos de esas preciosas noticias. Efectivamente: en ellos encontramos los nombres no sólo de los predicadores y misioneros residentes en los conventos de Madrid, El Pardo, Toledo, sino también de otros. Así, aparecen repetidos con frecuencia los de los PP. Isidro de Lozoya, Rafael de Loyola, Miguel de Cepeda, Matías de Zuaza, Luis de Oviedo, Jacinto de Toledo, Matías de Marquina, Fidel de Los Arcos, residente éste en el convento de El Pardo; Joaquín de Lubián y Francisco de Peña, del convento de Naval- moral; P. Luis M.a de Alcocer, del de Villarrubia de los Ojos, así como el P. Agustín de Budia, misionero apostólico y del convento de Toledo, y el P. Fidel del Valle, del de Salamanca. Son esos nombres escogidos al azar y por no citar más que algunos. Queremos hacer notar asimismo que hay un lapso de tiempo que corre, más o menos, desde 1735 a 1755, en que se advierte una notable disminución de misioneros, y, por el contrario, abundan los predica­ dores de sermones de circunstancias, panegíricos y sobre todo de hon­ ras fúnebres, en los que aquéllos lucían con todo esplendor las galas oratorias. No quiere decir esto, ni mucho menos, que no hubiese ocu­ rrido esto mismo en años anteriores, pero tuvo lugar en proporciones (7 ) A sí, p o r ejem p lo, en septiem bre de 1745 se nom bra por el D e fin ito rio V is ita d o r de la O rd en T ercera de Lag u ard ia al P. M a teo de L a M o ra le ja ; en ju n io de 1751, al P. Francisco de Soto; en 1753 se designa asim ismo V is ita d o r de la de V illa n u e v a ; en 1755, de la de R ueda, etc. (C fr. V A , 277, 321, 337, 351).

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