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4 4 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA ia C ruz, se volvió al rey, alzando la cabeza a la ventana, y le hizo un gran acatamiento, y el rey se quitó la gorra en que tenia cintillo de diamantes y plumas, que iba muy galán ese día. Y luego el Sr. Nun cio com en zó a bendecir la Cruz con muchas ceremonias del Pontifical, respondiendo la música real. Y por haber en esta bendición cierto pre­ facio que cantó en más alta voz el Sr. N un cio, que las oraciones, fué de gusto oír la Capilla a las responsiones. »A cabada la bendición , comenzamos todos los doce de nosotros a levantar la Cruz, y, com o era tan movediza, no la pudimos pasar de los hombros, aunque estaba un carpintero y un albañil y dos peones, y, estando muy hacendosos y alegres en nuestra porfía, se allegaron más de treinta alabarderos del rey, que, poniéndose por puntales, se alzó en un instante y se fijó la Santa C ruz, cantando la Capilla en el interior no sé qué cosa del Ceremonial, que pienso era el himno Vexilla R egis, y que, com o hacían tantas gargantillas, n o le pude percibir bien, aunque estaba tres pasos de ellos apegado a la C ru z ; en esto se arro­ dilló el Sr. N un cio y la adoró y besó y vuelto al rey le h izo otra m e­ sura y se tornó a la iglesia, quedando campeando la Santa Cruz, y ornando y beatificando este barrio y calle. »A qu í fué después lo bueno al entrar en la iglesia la prisa y la de­ fensa de ios alabarderos, pero a fe que no quedó fraile en la calle ni en e-1 peor puesto en la iglesia... Después de d ich o el Evangelio pre­ d icó el P. Francisco media hora sola, tomando por tema N isi efjicia - mvni sicui parvuli, etc. ( 2 9 ). M u y solemne fué el oficio y con mucho gusto lo asistieron SS. M M . y acabado salieron a dalles, las gracias los dichos dos Padres [Brindis y P olicio], y S. M . preguntó, yendo andan­ d o , para ponerse en su c o ch e : «¿H a cé is esta ceremonia siempre que fundá is?» D ijo el P. Provincial [P. P o lic io ]: «S í, Señ or». «H olgad o he de vella, dijo el rey, que me contenta m u ch o ». R ep licó el P. Pro­ vin cia l: «Salvo, Señor, cuando se hace a escondidas y con m iedo, com o sabe el du qu e», esto es, ei duque de Lerma, que iba delante del rey con el Condestable, el cual nos honró m u cho en este acto, así com o nos ha ayudado en todo, que verdaderamente se le debe gran voluntad y grandes obras buenas a este señor en todo cuanto ha pasado aquí, que ha procurado toda nuestra recuperación y acrecentam iento» ( 3 0 ). (29) S e refiere al P. Francisca de Sevilla, Capuchino, uno de los más célebres oradores de su tiempo, llamado «el águila de los predicadores». U n a prueba de su ejemplar obediencia la dió en esta ocasión; se le había dicho que no estuviese predicando más de media h ora; al pasar ese tiempo, y a una señal del P. Policio, interrumpió en seco el sermón, diciendo «que la obediencia le había ordenado parar». (30) L u c e n a , carta del 15 de noviembre. E l célebre Hospital de los Italianos, de que tantas veces se hace mención, estaba situado entre la Carrera de San Jeró ­ nimo y la calle de Zorrilla, en el encuentro de estas dos calles y con la fachada a ia de Cedaceros o Muñoz y Rivero. H oy ha desaparecido totalmente lo mismo el hospital que la iglesia.

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