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CAPITULO XV A u r e o l a d e s a n t i d a d i . — Vida ejemplar y austera. — 2 . Vida de retiro, oración y predica­ ción. — 3 . Veneración popular, de reyes y prelados. — 4 . Ejemplos vivientes. 1 . L a perfección alcanzada, la santidad, debe ser el ideal supre­ mo de la vida religiosa, y a conseguirlo han de tender necesariamente todos aquellos que militan bajo ei estandarte de cuantas Ordenes re­ ligiosas tiene aprobadas la Iglesia. Por eso, glorias son de una Orden o de una Provincia, no sólo aquellos hijos que le han dado lustre con su saber y con su influencia, con sus escritos-y con su predicación, sino de modo particular aque­ llos que con su vida han demostrado ante el mundo que aquella sabia legislación que la gobierna y el espíritu que la anima, pueden elevar­ nos fácilmente a esa santidad. Concretándonos a nuestra Provincia, como gloria señalada consi­ deramos no sóio aquellos cuyos nombres hemos citado en estos últi­ mos capítulos, ilustres unos por su predicación, otros por su saber, otros por sus escritos, etc., etc., sino también todos cuantos sobresalie­ ron por la santidad de vida, con cuyos nombres cerramos este último capítulo de nuestra historia en el siglo xvu . Y que a todos ellos ani­ maba esa legislación encarnada en la observancia regular y ese espí­ ritu de penitencia, mortificación, oración y desprendimiento del mundo, por una parte, y por otra, a la mayoría de ellos también la llama del apostolado, son prueba fehaciente los testimonios y hechos que a con­ tinuación vamos a exponer. Ya en 1599 el Arzobispo de Zaragoza podía consignar de los Ca­ puchino;; en general: «Yo no los había tratado hasta de un año acá que vinieron a esta ciudad; en todo este tiempo han procedido bien y con gran ejemplo y edificación del pueblo. Y aunque no confiesan, me parecen útiles por ser gente muy mortificada, de mucha oración y provechosos para ayudar a bien morir, que es de los más principales

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