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376 L a pro vin cia d e f f . mm . capuchino s de ca stilla tro, de la Provincia de Aragón, y Zacarías Boverio, el tan conocido cro­ nista de la Orden, quien en aquella ocasión compuso en muy poco tiem­ po su obra Orlhodoxa consultatio de ratione verae fidei et Religionis amplectandae ( 2 2 ). Sin embargo, nada se consiguió, y, en consecuencia, el Príncipe se volvió en septiembre a Inglaterra sin haber logrado su pretensión. Por esas mismas fechas se ocupó también del memorial que el P. Juan de la Solana, de la Regular Observancia, sacó a luz, en el que se hablaba en contra de los Capuchinos. Logró que el Santo Oficio lo mandase recoger y que su autor se retractase ( 2 3 ). Por eso mismo no pudo hacer entonces la visita reglamentaria a los conventos de Andalucía; tuvo que hacerla en pleno invierno; pero fue­ ron tantas las dificultades que encontró y los sufrimientos que experi­ mentó en los viajes, que decidió trabajar con todo ahinco para que se efectuase la división de la Provincia de Castilla, como se logró en el Capítulo general del 16 de mayo de 1625 ( 24 ). Poco después se concertaba el matrimonio entre la Infanta María de Austria con el rey de Hungría, Fernando III. En 1628 se hacían los preparativos de lo que debía formar la casa de la Infanta y futura reina y se trató también la cuestión de quién habría de ir por su confesor. Naturalmente, a los que vivimos en el siglo xx nos parece esa cuestión cosa de muy poca monta, pero en aquel entonces se llegaban a celebrar con tal objeto juntas extraordinarias nada menos que del Consejo de Estado; el confesor, más bien que elegido, era en cierto modo impuesto. Así iba a suceder también en este caso. Se entabló entonces un verda­ dero pugilato entre quién debía ser: si un capuchino, el P. Diego de Quiroga, o un jesuíta, el P. Ambrosio de Peñalosa. Las razones de Estado estaban a favor del jesuíta; así lo pedía, por otra parte, también el emperador, futuro padre político de la Infanta. Pero «habiendo mos­ trado mi hermana— decía Felipe IV a la Junta de Casamiento— más inclinación a querer confesarse con Fr. Diego de Quiroga que con religiosos de la Compañía», pregunta a la Junta se tomen los pareceres y votos. De los once que la forman, ocho dijeron terminantemente que la Infanta debía tener libertad para elegir y «pues para su consuelo y satisfacción hace elección de persona de tanta aprobación y virtud general, buena y santa opinión» (Marqués de Gelves) y «concurriendo en este religioso tantas partes de virtud, letras, santidad y opinión y ser sujeto muy a propósito para lo mismo... ninguno puede ir a Ale- ( 22 ) Se imprimió en Madrid, en 1623 ; de ella existe una segunda edición hecha en Viena, en 1626 , y otra en Madrid, en 1633 . Está dedicada al Príncipe y escrita en latín muy elegante. ( 23 ) V. supra, p. 93 . También trae esos documentos el P. T o r r e c i l l a , Apo\¿- gema, pp. 3 - 4 . ( 24 ) V. supra, p. n 6 ss.

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