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368 LA PROVINCIA DE FF. MM. CAPUCHINOS DE CASTILLA No queremos bajar a otros pormenores de su vida ni recordar otras virtudes en que fué modelo y ejemplar; pero no podemos por menos de ver en él a uno de los paladines de la independencia de la Provin­ cia de Castilla. „ En 1 6 1 1 moría en El Escorial la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III. Había sido grandemente devota de los Capuchinos; por eso, en nombre y representación de todos, allá acudió el Superior de San Antonio, P. Juan, para visitarla y asistirla en su enfermedad, como lo hicieron a su vez otros muchos religiosos ( 34 ). Siguió de Superior de Madrid, y en 1 6 1 5 , año en que Castilla co­ menzó a regirse como Custodia, por Comisario y Definidores, fué tam­ bién elegido Definidor el P. Ju 2 n, así como luego en el Capítulo de 1 6 1 7 , en el que fué al propio tiempo designado Guardián de Gra­ nada ( 35 ). Pero aquí comienza su prueba y su calvario. Dicho Capítulo Pro­ vincial fué presidido por el P. General, Pablo de Cesena, y en él vol­ vieron los religiosos a renovar sus instancias para conseguir fuese Cas­ tilla erigida en Provincia con los siete conventos que entonces tenía. Todo fué en vano; el P. General no quisó acceder en manera alguna. El P. Juan de Villafranca marchó a su convento de Granada, aun­ que decidido a llevar adelante aquel justo empeño. Escribió con tal objeto varias cartas al duque de Lerma, pero sucedió que, al contestar a una de ellas, le prometía el duque que a su tiempo daría S. M. Pro­ vincial a los religiosos. Esa carta, llevada al convento de San Antonio, fué leída por quien no debía, y, como suele suceder, nara congraciar­ se con los Superiores dió aviso de todo al P. Iluminado de Mesina, que era entonces Comisario de Castilla, quien se enteró de todos los tejes y manejes de los descontentos. Como resultado de todo, el P. Ge­ neral, sabedor a su vez de lo pasaba, envió seguidamente su obedien­ cia al. P. Juan de Villafranca para que fuese a Marsella a entrevistarse con él o recibir órdenes suyas que allí se le darían. «Y no sería otra — acota un cronista— , sino que el Guardián le pusiese en cárcel y le diese aviso» ( 36 ). Todo se hizo así. A los pocos días, el P. Villafranca recibía la obe­ diencia del P. General y se ponía en camino para su destierro. Pero entonces se enteraron los religiosos de todo lo sucedido; y el asunto de la mencionada carta, las muchas quejas de los religiosos contra el P. Iluminado y otras causas dieron lugar a que éste se viese obligado a salir de España y dejar su cargo, como ya expusimos en la primera parte. Mientras tanto el P. Juan había llegado a Valencia; una orden de Felipe III, intimada por su virrey el duque de Feria, hizo no si- (3 4 ) F . d e G ra n a d a , o . c ., p. 24.— A . d e G ra n a d a , m s. c., pp . 4 3 -4 6 . (35) F. d e G ra n a d a , o. c., p . 4 5 .— ED , c. c.,. p. 6. (3 6 ) F . d e G ra n a d a , o . c ., p. 47.

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