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APOSTOLADO DE LA PREDICACIÓN 3 2 9 durante los veinte primeros años de su fundación. Y si bien es cierto nc poseemos muy abundantes datos de aquellos tiempos, hemos con­ signado en la primera parte los suficientes para afirmarlo y probarlo. A ellos añadimos ahora que esa predicación fué lo mismo de sermones panegíricos que morales, más frecuentes éstos que aquellos, sobre todo en Adviento y en Cuaresma, predicación que entonces equivalía a una prolongada misión. Y sirve además de corroboración a todo ello cuanto los cronistas nos dicen al trazar la biografía de los más principales predicadores de aquel primer período: PP. Francisco de Sevilla, Agus­ tín de Granada, Bernardino de Quintanar, Sebastián de Yepes, José de Tárraga, Buenaventura de Zamora, Diego de Quiroga, etc. (4). Y aun después, cuando los Capuchinos castellanos comenzaron a dedicarse al ministerio del confesonario, sintieron siempre por el apos­ tolado de la predicación predilección singular y le concedieron extra­ ordinaria preponderancia en su actividad. Tanto es así que el P. An- guiano llegaba a decir que nadie debía alegar excusa alguna para ese mi­ nisterio, ni los pocos talentos, ni la falta de prendas naturales, ni el poco fervor, ni el haberse dedicado mucho tiempo a la predicación y que ya es justo descansar, pues «el religioso, a quien empleare la obediencia en este apostólico ejercicio, no debe excusarse mientras tiene salud» (5). Y buena prueba de ese gran aprecio que se hacía de la predicación, la tenemos en el hecho que frecuentemente se repetía, es decir, dejar otras ocupaciones, también de importancia, para dedicarse a ella. Así, por ejemplo, los PP. José de Casarrubios, José de San Clemente y José de Illescas, entre otros, dejan la cátedra para dedicarse «con más libertad a la predicación» (6). 2. Ya hemos hecho notar anteriormente que entre los Padres hubo siempre tres clases o categorías: los simplemente sacerdotes, que no obtenían el título de Predicador y que se dedicaban poco a los minis­ terios, a lo sumo al confesonario. Venían luego los predicadores; es frecuente encontrar' en los documentos, después de la firma, el título correspondiente. A ellos competía de lleno el ministerio de toda clase de predicación: panegíricos, homilías, sermones morales en Adviento y Cuaresma, etc. Por fin, estaban los misioneros, que tenían como en­ cargo especial el recorrer pueblos y ciudades predicando misiones, según se lo ordenaban los Superiores. Bien entendido que no todo predicador, ni mucho menos, podía arrogarse el título de misionero, ni tampoco dedicarse a dar misiones. Por eso el Capítulo general de 1698 advertía (4)C fr. Id ., pp. 289, 297 y 385.— F . d e G r a n a d a , o . c ., pp. 73-74. (5) A n g u t a n o . Disciplina religiosa , o. c., pp. 169-70. (6) C fr. V A , ras. c., p. 33 y 48. Esto sucedía los años 16 77, 1692 y 1695.L o propio hizo el P. José de Valderas, al dejar en 1688 el cargo de Secretario, y otros que no citarnos.

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