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M ORADA D E L O S R E L IG IO S O S 2 8 5 menos gravosos a los bienhechores y disponían en todo tiempo de fru­ tas y hortalizas suficientes para el consumo diario. Por otra parte, la huerta debía ser para los religiosos lugar de es­ parcimiento pero también de devoción. Por eso ya desde las primeras fundaciones, entre otras la de El Pardo (14), existieron algunas ermi­ tas con el fin de que en ellas pudiesen recogerse a orar. Además: sobre ello consignaba el P. Anguiano en 1678: «Es costumbre antiquísima el que haya en ella (en la huerta) algunas ermitas devotas y pobres con algunas imágenes de la Pasión de nuestro Redentor o de los pasos de la vida de nuestro glorioso Padre S. Francisco y de sus santos hijos, para que con su vista y contemplación se enciendan sus corazo­ nes en ardientes deseos de imitar sus heroicas virtudes.» A ello se añade que el hortelano debía cuidar «de tener algunas cruces a trechos en las calles adornadas, de suerte que formen alguna representación del monte Calvario» (15). Es decir que, corno en otras partes se ha­ cía, se procurase tener en la huerta el Viacrucis, para que los religiosos pudiesen practicar allí tan loable devoción. 4. Entre las dependencias asimismo imprescindibles en todos los conventos se contaba la biblioteca, que debía ser «la oficina que hay en nuestros conventos de más valor; por esc ninguna pide mayor cui­ dado para su conservación y aumento». Y que así se hacía efectivamen­ te, lo hemos dicho ya al hablar de la mayoría de los conventos, mere­ ciendo especial mención las de San Antonio, La Paciencia, El Pardo y Esquivias, abundantes sobre todo en obras de Santos Padres, escrito­ res eclesiásticos, asuntos predicables y teología moral (16). 5. Tampoco faltaba en ningún convento el calentador, acerca del cual nos dice el P. Anguiano : «Para templar el rigor de nuestra des­ nudez y de los casi continuos y rígidos ayunos, y hacer más soportables los ejercicios de austeridad y mortificación, de suerte que no se supri­ ma el espíritu por la sobrada intensión de aspereza, por común acuer­ do de nuestros antiguos Padres, se estableció el que en todos nuestros conventos hubiese una pieza o aposento con chimenea, adonde, a cier­ tas horas y tiempos, se encendiese un poco de leña para calentarse los religiosos los pies en el invierno, conviniendo a estos actos de comuni­ dad los que tuviesen necesidad de semejante alivio.» Y para que no fuese motivo de distracción y pérdida de tiempo, se debía observar (14) Archivo del Palacio N. de Madrid.— Patrimonio.— El Pardo. Leg. 6, «Lis­ ta de gente que trabajó en dicho sitio» (el convento). (15) M a teo de Anguiano, O. F. M . Cap., Disciplina religiosa... Madrid, 1678, p. 253. (16) Los respectivos catálogos pueden verse en el Archivo de Simancas, Gra­ cia y Justicia, Legs. 1.247 (mod. 529) y 1.248 (mod. 530), donde asimismo constan las pinturas y objetos artísticos existentes en 1809 en los mencionados conventos.

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