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biarse a Santa Leocadia, etc. Así lo exigían imperiosamente las cir­ cunstancias y a ellas sabían adaptarse. Por lo demás, la forma observada lo mismo en el trazado de los planos que en la edificación de las casas, fué guardada con escrupulosa uniformidad en todos los conventos castellanos. Tenían solamente dos pisos y formaron todos ellos un cuadrilátero casi perfecto, de mayores o menores proporciones, según el destino de cada uno, aunque se seguía la norma de que en .cada casa pudiesen vivir al menos doce religiosos. El cuarto lado lo completaba también invariablemente la iglesia, mien­ tras que los otros tres eran destinados a oficinas y celdas de los reli­ giosos. La cocina, refectorio, etc., así como las celdas de los Hermanos ocupaban la planta baja, en tanto que el otro piso estaba destinado a lss de los Padres, calentador y biblioteca. En el centro del cuadrilátero, como aun puede observarse hoy en el convento de El Pardo, en el de, Toro y en otros, había indefectible­ mente un pozo con su aljibe. Notable fué, y es aún, el aljibe del con­ vente de Toro, admirablemente construido para recoger el agua de todos los tejados, la que conserva con singular pureza y (frescor. Tiene una profundidad de 18 varas y está dividido en tres cuerpos: el primero, de forma cuadrada, mide 12 varas; el segundo, en forma de media naranja, tiene sólo cuatro, y el tercero o inferior, de forma redondeada, constituye el pocilio y mide dos varas. Está hecho de tal manera que, al bajar las aguas de los canalones, antes de llegar al aljibe, pasan por una especie de filtro de arena, y, cuando aquél está lleno, por medio de conductos de escape va el sobrante al depósito de la huer­ ta (2). Dichos pozos estaban en medio de uñ jardín o patio y alrededor iba un claustro bajo, con su sencilla y típica galería de arcos cerrados con ventanales. Por demás está el decir que la fábrica era baja y estrecha, pobre, austera, sin aliño y sin conveniencias temporales, sobre todo la de los conventos levantados en el primer tercio del siglo XVII, que más bien recordaban los tugurios de las primitivas comunidades franciscanas y las de los primeros años de la reforma capuchina. Luego se varió un tanto, admitiendo fuese mayor y no tan baja, aunque procurando es­ tuviese siempre en armonía con la índole penitente de sus moradores. Y el material más rico empleado fué el ladrillo, llevando a veces piedra sillería en las esquinas de las paredes. 2. Formando juego en cierto modo con esa austeridad y esa po­ breza se levantaron también las iglesias. Todas ellas guardaron inva- ____________________________ M O RADA D E L O S R E L IG IO S O S 2 8 1 (2) G. C a lv o A la gu ero, Historia de la Muy Noble, Muy Leal y antigua dudad de Toro con noticias biográficas de sus más ilustres hijos, Valladolid, 1909, p. 116.

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