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LOS CAPUCHINOS DE NAVÁRR« Y GUIPÚZCOA EN ACCIÓN 423 don Sebastián de Eslava, natural de Enériz, señor del lugar de Eguillor y virrey del nuevo Reino de Granada; y su sobrino don Gaspar de Es lava, marqués de la Real Defensa. De igual cariño y devoción a los nuestros dió abundantes pruebas don Buenaventura Dumont, Conde de Gages, nombrado virrey de Na varra en 1749. Su guardia tenía la orden de no impedir el paso a capu chino alguno y entraban hasta su presencia sin preceder recado. Todos los días iba a decir misa en su capilla un religioso capuchino, y todos tenían franca su mesa para siempre y cuando quisiesen. En los años 1750 y 1751 compuso el camino que empieza desde el molino de Rotachar hasta el convento de capuchinos, y contribuyó con su influjo a la plantación de árboles desde el mismo convento hasta cerca de la fuente de San Pedro, enviando presidiarios a abrir los hoyos y plantarlos. —r’Bti El Conde de Gages desempeñó el cargo de virrey de Navarra hasta su muerte, acaecida en Pamplona en 31 de enero de 1753. En su última enfermedad fué asistido espiritualmente por los capuchinos, releván dose los Padres de la Comunidad día y noche. En su testamento dispuso que se le amortajase con hábito de capu chino y que su cadáver fuese enterrado sin po*npa en un convento de esa Orden. Enterróse, efectivamente, en el de Pamplona, asistiendo al acto el Ayuntamiento de la ciudad. En esta ocasión el P. Tomás de Burgui pronunció una magnífica oración fúnebre, que se imprimió en Madrid. Pareciéndole al rey Carlos 111 poco decorosa la sencillez y pobreza del sepulcro de tan ilustre personaje, mandó construir al escultor Ro berto Michel un mausoleo ostentoso, con jaspes y mármol de Génova, para colocarlo en el convento de capuchinos de Pamplona, en 1767. Allí permaneció hasta el año 1810, en que, con motivo de la guerra de la Independencia y ante el temor de que fuese profanado por las tro pas extranjeras, fué trasladado al trascoro de la catedral, de donde fué de nuevo removido en 1831 y trasladado al claustro al erigirse el altar del trascoro. Consta dicho sepulcro de un zócalo de mármol negro, sobre el que descansa el primer cuerpo con el epitafio, con dos genios de mármol blanco a los lados, en ademán lloroso y con antorchas invertidas. Sobre este cuerpo, y apoyada en dos modillones, se ve la magnífica urna que guarda los restos del Conde, cuyo expresivo y majestuoso busto corona el monumento.
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