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412 LA ANTIGUA PROVINCIA CAPUCHINA DE NAVARRA Y CANTABRIA eximiéndole en razón de ello de todos los oficios y empleos de la pro­ vincia. Autorizóle también para elegir a su arbitrio compañero que explicase la doctrina cristiana en la misión. Predicó varias cuaresmas en Navarra, entre ellas las de Tudela y Pamplona. Llamado por el Se­ ñor Obispo de Calahorra, hizo misión en muchos pueblos de Castilla, con gran fruto de las almas. Murió en Pamplona a 13 de julio de 1762. 4. P. Tomás de Burgui.—Brilló asimismo en el pulpito el P. To­ más de Burgui, de quien hablaremos más adelante. Se conservan de él dos sermones, predicados respectivamente en las exequias del Conde de Gajes, virrey de Navarra, y en las del rey de España Don Fernan­ do VI. Fueron impresos primero en Pamplona y después reimpresos por la Real Compañía de Impresores y Libreros de Madrid. Predicó varias cuaresmas en pueblos principales de la provincia. Falleció en Pamplona día de Todos los Santos de 1774. P. Pedro de Fuenterrabía.—Sujeto de los más distinguidos fué el P. Pedro de Fuenterrabía. Elogiando sus dotes de predicador, su coe­ táneo P. Cascante escribe lo siguiente: «Empezó la carrera del pulpito con mucha aceptación y con singular fruto, tanto en ese ministerio como en el del confesonario. Una presencia hermosa y grave al mismo tiempo, una voz preciosísima, sonora, clara y dulce le proporcionaban admirablemente. Un gesto moderado, una gravedad agradable le pre­ sentaban desde la primera vista muy grato a los ojos y al oído de las gentes. Aunque en aquel tiempo eran aún comunes los vicios del Ge­ rundio, los abusos y adulteraciones de la santa Escritura, las pesa­ deces del ergo en materia, las historietas, fábulas y cuentos ridículos etc., el buen juicio y gusto, la solidez e ilustración que aun en sus primeros años de predicador le adornabai, le llevaron lejos de tales vicios. Apenas se puede dar mayor facilidad y oportunidad que la suya en hablar con la Escritura. 1odo eso le formó uno de los mejores pre­ dicadores de su tiempo, y como tal le buscaban y solicitaban los pue­ blos. De muy joven predicó la cuaresma de Fuenterrabía, y enseguida las de Cintruénigo, ?,os Arcos, Peralta, Viana, Villafranca, etc.; en todas partes con el mayor aplauso. Sus discursos, por el modo majes­ tuoso y juntamente dulce en el decir, por el lleno de la Escritura, por la oportunidad de la historia, especialmente la eclesiástica y divina, por la sencillez del lenguaje, aunque muy puro y castizo, por la natu­ ralidad de los símiles, eran discursos encantadores, que nunca cansa­ ban a las gentes; pero por la gravedad y eficacia de sus argumentos, por la unción que les daba con su vehemencia y fuerza santa al pro-

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