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LA ANTIGUA PROVINCIA CAPUCHINA DE NAVARRA Y CANTABRIA rre. Estudió artes y teología en la Universidad de Huesca ; durante die­ cisiete años ocupó la cátedra de Prima de teología en la misma Uni­ versidad ; fue canónigo de aquella catedral. Vistió el hábito capuchino en Santa Eulalia en 5 de agosto de 1595 ; profesó el año siguiente y se le dió el encargo de enseñar a los frailes la teología. La labor del P. Pedro en las aulas aprovechó mucho a sus discí­ pulos ; pero fue de corta duración. La Providencia le tenía destinado a ser el gran propagador de la Orden capuchina en su propia patria de Aragón. Bajo este aspecto, fue el brazo ejecutor de los planes del Provincial de Cataluña. Un día del año 1597 el Provincial de Cataluña, Juan de Alarcón, dió orden al P. Pedro de pasar a Zaragoza a explorar el terreno, es decir, a sondear el ánimo de las autoridades y de la opinión pública, y ver si descubría alguna esperanza de poderse fundar allí. Dióle por com­ pañero para el viaje a Fr. Antonio de Nápoles —alias de Nocera o No­ chera—, «fraile lego, de gran cuenta y santidad» 11. Pusiéronse en camino ambos religiosos, como se les ordenaba. Al llegar a Zaragoza se encontraron con una resuelta oposición al propó­ sito que ellos traían. Casi todas las clases del reino, y hasta el mismo Hospital General de la ciudad, habían enviado cartas a la Corte de Madrid, dando la fundación de los capuchinos por inútil y perniciosa. Más todavía: «a instancias de ciertas personas poco afectas a los ca­ puchinos se habían ganado unas Provisionales Reales en que se les prohibía el propagar la Orden en Aragón». Ocurrió, por tanto, que cuando fray Pedro y su compañero se presentaron al Señor Virrey, lo hallaron tan lejos de dejarles fundar que, «en empezando a mover la plática, les desahució totalmente de conseguirlo». Tan mala acogida, lejos de arredrar al P. Pedro, sirvió para poner a prueba su tesón aragonés, hasta lograr por fin que algunos señores principales tomaran por su cuenta el negocio e interpusieran sus buenos oficios con el Virrey y con el Arzobispo; y lo ejecutaron de modo tan eficaz que al fin Virrey y Arzobispo, mudando de opinión, escribieron a Madrid para desdecirse de todo lo que antes habían escrito contra los capuchinos, y dieron su licencia para la fundación de un convento ca­ puchino en Zaragoza y en el ámbito de sus respectivas jurisdicciones. De todo fue notificado el P. Alarcón ; y, por orden suya, tomóse la posesion de convento en el Colegio Viejo de las Vírgenes 12 el día 11. V ida de F r. Antonio de N ápoles en Afínales Cap., I I , 819-827.— Ter­ cera parte de las Chronicas, p . 554-562. 12. Véase R ica rd o d e l A r c o , Zaragoza histórica , p. 91, M adrid, 1928.

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