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LA ANTIGUA PROVINCIA CAPUCHINA DE NAVARRA Y CANTABRIA del nuevo convento, cuya fábrica estuvo terminada el día de Nuestra Señora de los Angeles, 2 de agosto de 1598. El convento lo hizo edificar a su costa el Señor Patriarca, a cuyas expensas habíase, además, com­ prado el solar y el huerto. Aquel insigne varón Juan de Ribera fue amantísimo de la Orden capuchina. No sólo edificó el convento de Valencia, sino que con su poderosa influencia y cuantiosos recursos dió grandes impulsos a la fundación de otros seis conventos de capuchinos, es a saber: el de Ma- samagrell (1597), el de Albaida (1598), el de Onteniente (1598), el de Alicante (1599), el de Ollería (1601) y el de Segorbe (1601). Durante toda su vida de arzobispo hizo a los capuchinos la limosna de los hábi­ tos y sayales. Hase dicho de él que donde se hallaba en su centro era enseñando a los niños pobres la doctrina cristiana, y en el convento de los capuchinos. Viósele en ocasiones sirviendo en el refectorio a los religiosos y haciendo con ellos otros semejantes actos de humildad y devoción 6. Echase de ver con lo dicho que los verdaderos fundadores de la pro­ vincia de Valencia han sido el P. Juan de Alarcón y el beato Juan de Ribera. Lo fué también, bajo distinto aspecto, el venerable P. Hila­ rión de Medinaceli, una de las más grandes figuras que ilustraron la Orden por aquellos tiempos. Pertenecía el P. Hilarión, por su nacimiento, a la ilustre familia de los Heredias. En su mocedad fué paje de los duques de Medinaceli, y después su gentilhombre en Sicilia. Antes de su ingreso en la Orden había estudiado leyes y cánones. Vistió el hábito capuchino en la pro­ vincia de Palermo; en ella se encontraba al recibir la orden de trasla­ darse a España. Tan notoria era ya entonces su santidad, que los Pa­ dres de la provincia de Palermo escribieron a los de Cataluña que les enviaban uii segundo san Bernardino. El P. Hilarión desempeñó el oficio de Comisario por espacio de seis años, durante los cuales fundó ocho conventos. La solicitud del celoso prelado no se dirigió tan sólo a la fábrica material de las casas, sino principalmente a levantar el edificio de la nueva provincia con suma perfección seráfica, poniendo especial cuidado en que la altísima po­ breza resplandeciera en todas las cosas: «en los edificios pobres de los conventos, en la vileza de los hábitos, en la humildad y desprecio de sí mismo, en el rigor y aspereza de la vida penitente, en la descalcez y duras camas de unas desnudas tablas, en la abstinencia y rigurosos ayu­ 6. CUBf, Vida del B . Juan de Ribera, p. 180. •

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